Iglesia de los Misioneros Claretianos.
Paris, Octubre de 1983.
El Padre José Manuel Iparraguirre había anunciado que para principios de noviembre comenzaría una serie de seminarios sobre los profetas del antiguo testamento. Un buen dijo que ya estaba listo y resultó que el sábado 29 de Octubre dio el primero de los seminarios, pues así me aparece en los apuntes que guardo de entonces. El 24 de ese mismo mes habían recordado la muerte de Antonio María Claret, fundador de la orden de los Misioneros Claretianos, ocurrida en 1870.
No recuerdo que el Padre José Manuel comentara qué lo había motivado a tratar ese tema sobre los profetas, o si era algo que respondía a una decisión de los superiores de la iglesia, lo que si sé es que la idea no tuvo mucha aceptación entre las mujeres que constituían el resto de la clase, pues entre ellas comentaban que si al menos hubiese sido un tema sobre la virgen ya sería algo diferente, porque en realidad no les interesaba en lo más mínimo que les hablaran de los profetas.
Y yo en medio de aquel grupo de mujeres estaba ávido por cada palabra que salía de labios de aquel hombre, de las que no quería perder una sola. Desde que supe el tema que trataría me estaban recordando que profeta era aquel que anunciaba un mensaje en nombre de Dios, y la realidad era que sentía que a mi se me había confiado uno, sin pedirlo, sin imaginarlo siquiera, pero era así. Sentía que Dios me había mostrado que llegado un momento haría grandes cosas en Cuba, cosas como nunca antes habían ocurrido en nuestra historia, ni en ninguna otra nación después de los tiempos de Cristo. Por eso para mí aquel seminario era todo lo contrario que para el resto de la clase, pues lo había esperado con impaciencia desde su anuncio y sabía que no estaba allí por accidente, que era el espíritu de Dios quien estaba decidiendo todo lo que sucedía.
Desde la primera palabra que escuché de aquel sacerdote sentí que me estaban hablando a mi, pues todo lo que decía me resultaba familiar. Según él hablaba yo iba reviviendo cada día desde el 24 de febrero, y sus palabras me iban dando más convicción de la realidad que había vivido hasta ese momento. Él fue muy claro describiendo cómo se desarrollaba un plan de Dios, y yo con frecuencia tenía que disimular las lágrimas, cuando nadie en el resto del grupo podía imaginar que palabras como aquellas fuesen capaces de emocionar a alguien a tal extremo, pero para mi era una evidente manifestación de Dios, algo que jamás pude imaginar.
Para cada seminario el cura nos entregaba el material fotocopiado en una o dos páginas, dependiendo de lo extenso que fuera, aunque además teníamos un folleto que nos dio, el número 43 de una serie de Cuadernos Bíblicos, “Los Profetas del Antiguo Testamento”, que por cierto, para mi ha sido una sorpresa el encontrarlo ahora en la internet, el mismo que guardo desde hace treinta años.
En más de una ocasión José manuel dijo que esperaba la manifestación de la segunda venida de Cristo, ese hecho visible del poder de Dios sobre la tierra y en la cual el rol del profeta era el anunciarlo cuando se le mostrara el tiempo. En esta ocasión sería el segundo intento de Dios para salvación de la humanidad. Lo peculiar de ese acontecimiento es que él no consideraba a la nación de Israel como el escenario, argumentando que Dios utilizaría como instrumento a otra nación, una que estaría identificada principalmente por una gran cantidad de exiliados quienes habían tenido que abandonarla a causa de un gobierno malo que los había obligado a esparcirse por todos los rincones de la tierra. En aquella época ya había cubanos regados por muchas partes del mundo y sin duda en los años restantes se encargarían de llegar adonde no habían llegado entonces. Está claro que había otras naciones pequeñas atravesando por la misma situación que Cuba, pero no sé cuántos ciudadanos de esas naciones estarían pasando por la misma experiencia que yo en aquel momento.
El escuchar aquellas palabras me provocaba una emoción indescriptible, y lo más difícil de todo, no podía compartirlo con nadie. No era fácil explicar lo que representaba que, lo que aquel sacerdote estaba diciendo, ya yo lo sabía, él solo me lo estaba confirmando para que tuviese confianza y no dudara de que era de Dios. La misma persona que en el mes de abril había dicho lo que representaba volverle la espalda a un llamado de Dios, seis meses después estaba explicando con detalle la realidad que vivía aquel que había decidido seguir ese llamado. Para mi aquello representaba una ayuda incalculable, pues solo así podía fortalecer mi fe y continuar con la tarea que sentía me habían encomendado.
En tono de broma él les decía a las españolas que no se hicieran ilusiones porque España no era la nación escogida para vivir esa experiencia, pues además de ser una nación grande, los españoles que una vez habían tenido que huir, ya no tenían obstáculos para regresar. Él se refería a una nación pequeña que estaba experimentando el exilio de sus hijos, y nos decía que él creía que Dios le concedería la gracia de estar vivo para presenciarlo. Me parece mentira que hayan transcurrido ya treinta años desde entonces, pero ahí está el hombre, por lo que le pido a Dios que le conceda mucha salud y muchos años de vida. Si no hubiera sido por su ayuda yo no hubiera podido soportar la espera durante todos estos años, porque fue él quien se encargó de describir con lujo de detalles lo que representaba esa experiencia que yo desconocía por completo. Recuerdo que nos decía, “aquí mismo entre nosotros puede estar la persona que sabe cuál es la nación escogida, pero no lo puede decir hasta que no sea el tiempo”. Y no poder decirles que yo lo sabía.
Él fue muy claro en explicar lo que representaba el factor tiempo, y podrían pasar muchos años antes que llegara ese momento, pero el confiar en la promesa ayudaría a soportar la espera y llegar hasta el final. Le tomó diez reuniones para cubrir todo el material. Hasta principios de diciembre tuvimos encuentros todos los sábados y luego de un descanso por Navidad continuamos el 14 de enero, aunque ese día solo habló sobre los sacramentos. A partir de ahí solo nos daba un seminario en cada primera semana de mes.
Durante todo ese tiempo yo había continuado haciendo gestiones para ver hacia donde podía salir de Francia, buscando siempre que el pasaje fuera lo más barato posible. Ya no importaba mucho cuándo terminarían las clases porque con lo que había recibido sentía que era suficiente. Cuando tuve todos los documentos en regla fui y saqué pasaje para un lunes 9 de abril, día en que salí rumbo a Venezuela. La última clase fue el sábado 7, dos días antes de marcharme, comprendiendo entonces por qué se había adelantado una semana el comienzo del seminario, gracias a eso no había perdido ni un solo día.
Mi experiencia nunca pudo encontrar apoyo en la doctrina de la iglesia evangélica. Lo que había vivido no tenía nada que ver con la esperanza futura de su mensaje. Esa visión celestial con el sonido de la trompeta anunciando el momento del encuentro con Jesús en los aires experimentando el rapto de los que habían sido fieles nunca había logrado surtir efecto en mi espíritu. Sin tener una idea de qué, siempre sentí que tenía que haber algo más que aquello, por lo que no me fue difícil abrazar la tarea que Dios ponía ante mí, pues aquello representada darle sentido a mi fe pues había encontrado algo objetivo en el camino de ser cristiano. A todo el que podía le hablaba de Dios y de lo que era capaz de hacer en nuestras vidas, pero de aquella esperanza celestial nunca pude hablarle a nadie, pues ni yo mismo había podido asimilarlo. Aunque fuese algo real para muchos y estuviera seguro que todo lo que viene de Dios es bueno, aquello no formaba parte de mi patrón de creencias. Para mi tenía que haber algo más real que le diera sentido a mi vida como creyente.
Me parecía una contradicción el mensaje de que «el Señor estaba a las puertas y en cualquier momento llegaría a rescatar a su iglesia llevándose a sus fieles al cielo», pero al mismo tiempo los veía preparando condiciones para que no viniera nunca. El mensaje no me parecía consecuente con sus actos. Esa visión del futuro me parecía una derrota para Dios de tener que llevarse a sus hijos a otro sitio porque la casa que les había construido había sido ocupada por un intruso. Yo había creído en un Dios de victorias que en el tiempo establecido se levantaría con todo su poder para rescatar lo que le pertenecía a su creación. Lo referente al cielo me parecía de mucho menos importancia, o por lo menos no era lo inmediato. Encontraba mucho más sentido y realismo en las palabras de Jesús en Mateo 5:5, cuando dijo,
«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad».
Desde que Dios había impactado mi vida por primera vez allá por 1978, a partir de ahí nunca dudé de su existencia. Me mantenía en las congregaciones evangélicas porque era el ambiente en que más libertad y manifestación de Dios experimentaba, pero aquella interrogante siempre estuvo latente. Es inevitable que muchos que creen comparto su fe se sientan decepcionados al saber mi forma de pensar y por supuesto que me hubiera sido mucho más fácil no haber creído de esta manera. El hecho de estarlo compartiendo en este momento no quiere decir que lo haga con mucha facilidad.
En estos treinta años he pasado por etapas que la mayoría pasamos. En aquel tiempo en Paris estaba soltero y llegando casi a los treinta, luego me casé aquí en EU y formé una familia que ha sido una tremenda bendición. Como tantos he atravesado por dificultades, pero he visto el fruto, que no tiene que ser necesariamente material. A veces nos vemos abriendo un capítulo de nuestra vida cuando pensábamos que aquel que escribíamos continuaría por mucho más tiempo, pero de repente nos vemos cerrándolo porque hay uno nuevo que comenzar, sinónimo de que hay una nueva aventura que vivir, o un reto que enfrentar.
Después de treinta años José Manuel sigue ocupado y sobre todo continúa dando sus charlas a los jóvenes venezolanos, anhelando regresar a España para allí continuar su labor de misionero. Al recordar los años que estuve becado en la universidad, no resultaba nada fácil que al terminar la carrera nos enviaran a cumplir los tres años de servicio social, obligados a ir a lugares donde por voluntad propia muchos no hubiesen ido. Pensando en la experiencia de este sacerdote, desde que tomó la decisión de ser misionero sabía que por el resto de su vida estaría becado, en servicio social, y así mismo lo aceptó por seguir un llamado de Dios, que por supuesto fue su elección. Un hombre siempre de guardia en un templo en espera del necesitado que llegara buscando ayuda. Pido a Dios que la satisfacción de la tarea cumplida le fortalezca, seguro de que nunca es tarde para experimentar nuevas bendiciones. Me anima la idea que pudiera estar con nosotros en Cuba celebrando un día nuestra libertad definitiva, ya decretada, y de la que de manera insospechada él ha sido parte esencial.
Con todo mi corazón dedico este artículo al Padre José Manuel Iparraguirre.
¡Que Dios le Bendiga Abundantemente!
Isaías 52;7
¡Qué hermosos son sobre los montes
Los pies del que trae buenas nuevas,
Del que anuncia la paz,
Del que trae las buenas nuevas de gozo,
Del que anuncia la salvación,
Y dice a Sion:
«Tu Dios reina!»
Tu Dios …que es mi Dios, reina y reinará por siempre….este artículo es una lectura llena de paz que reconforta y da mucha esperanza….la misma que muchos ya han perdido…..espero ansiosa el que le sigue porque ahora es que esto se está poniendo bueno, no tardes…..Un beso…te quiero mucho.
Ah…se me olvidaba….que bella foto……siempre has sido un chico muy hermoso por dentro y por fuera……