Jehová de los Ejércitos Intercede por su Pueblo

Fue a principios de septiembre pasado que invité a algunos familiares a nuestra casa para hacerles un breve recuento de mis experiencias sobre Cuba y sobre la forma que éstas habían ido tomando para esos días, y también les comenté sobre los anuncios que pensaba hacer. Entre ellos se encontraba lo del calendario  que daría a conocer y el llamado al día del arrepentimiento y el perdón que también sentía el deseo de anunciar. No quería que lo supieran cuando lo vieran ya publicado, o que les llegara por terceras personas. Y podía haber desacuerdo en cuanto a publicarlo o no, pero yo estaba seguro que lo debía hacer, día más día menos, pero lo publicaría, y así fue que el primer anuncio salió publicado el 20 de septiembre.

Apenas había transcurrido una semana y uno de mis primos que había estado presente en dicha reunión me llamó para ver si podía venir por acá esa noche para orar por ese día que esperaba, el cual se había quedado en su mente desde entonces, el 25 de noviembre, día que había señalado como del arrepentimiento y el perdón. Eran casi las diez de la noche cuando llegó después de esperar a que su hermana saliera del trabajo pues ella quería acompañarlo para unirse a nosotros en la oración.

En realidad son muchas las situaciones que afectan a nuestras familias, situaciones que en gran medida son provocadas por la realidad que enfrenta el país, convirtiéndose en una necesidad imperiosa que esa realidad nuestra cambie ya de una vez. Es algo que para muchos se ha convertido en la rutina que aceptan sin esperanza alguna de que un día todo cambie y la vida del cubano pueda ser diferente. Esa necesidad de nuestra familia era la misma que enfrentaban la mayoría de las familias cubanas y ese era el motivo por el que queríamos orar.

Conversamos durante largo rato sobre sobre eventos de nuestras vidas que de ambas partes desconocíamos producto de los tantos años que estuvimos separados desde que yo salí de Cuba, mucho antes que ellos, y nunca antes se había presentado la ocasión de conversar en un ambiente como el que se creó esa noche. Hablamos también de aquellos parientes que al igual que nosotros hubieran querido abandonar el país pero no lo pudieron lograr y por su condición actual era evidente que sus descendientes ni siquiera lo intentarían por el recuerdo de aquel que murió con el deseo de irse, pero que en honor a su memoria ellos habían decidido que nunca se irían, que se quedarían para hacerle compañía a sus restos y al recuerdo de quien como tantos había vivido una vida sin propósito en una tierra sin esperanzas.

Al final decidimos orar y tomados de las manos y de rodillas clamamos a Dios. Dimos gracias por las bendiciones recibidas aún en medio de las dificultades e intercedimos por todo lo que venía a nuestra mente que necesitaba cambiar en Cuba. Fue mi primo quien dejó escuchar su voz pidiéndole a Dios si es que estaba en sus planes el considerar el día 25 que ya se acercaba como el inicio del cambio, como el día que comenzaran a caer las primeras gotas de lluvia después de una larga sequía anunciando que el árido suelo pronto se convertiría en verde pradera. No era necesario convencer a Dios de nada ni llegar hasta el cansancio con una plegaria interminable, simplemente reconocimos su grandeza y expresamos nuestra confianza en su misericordia y en su gran poder para cambiar la realidad de nuestro país. El tiempo se nos había ido sin reparar en ello, eran ya las 4 de la mañana cuando nos despedimos, pero satisfechos por la iniciativa del primo de tener ese encuentro. Sentíamos que nuestro espíritu había sido renovado.

Hoy ya es 24 de noviembre, víspera de ese día que supuse debía estar precedido por determinados eventos que llamaran la atención sobre el anuncio formulado, pero los días han ido pasando y es evidente que no ha acontecido nada que pueda identificarse como señal, aunque confieso que para mí no es motivo de preocupación pues mi expectativa de cómo debían presentarse los hechos se ha basado por completo en la lógica humana, la que de hecho puede estar muy lejos de lo que Dios en su soberanía haya decidido sobre la forma en cómo se manifestaría. Se al ridículo al que me expongo, pero la fe en Dios se impone, aunque para muchos no sea otra cosa que extremo fanatismo.

La experiencia que he vivido sigue teniendo para mi la misma realidad y el mismo significado, lo que hace que mi fe no decaiga respecto a lo que esperaba y que no ha sido, porque seguiré creyendo que algo sucederá. Cualquier día Dios puede darnos la sorpresa, contando con la posibilidad que sea un día que tenga un marcado significado en nuestra historia. No apunto hacia ninguno en particular, simplemente seguiré esperando con la fe de que Dios responde a sus promesas, realidad sin la cual el creer en su existencia carecería por completo de sentido.

Si por años he confesado que ese Dios en que creo es Todopoderoso, tengo que creer entonces que su poder es suficiente para librarnos de todo tipo de opresión, en este caso de la de un gobierno que arbitrariamente controla los destinos de todo un pueblo que se ve imposibilitado de lograrlo por si mismo, gobierno que por encima de todo da prioridad a aquello que le garantice mantenerse en el poder, lo que dista mucho de procurar mejoras en la calidad de vida del pueblo en un escenario de justicia, lo cual es para sus intereses algo secundario. Creer en Dios con otro propósito no es algo que resuelva la necesidad urgente que vive nuestra nación, y en dado caso que sea nuestra presencia física la que necesite para llevar adelante su plan, la seguridad que tengo en su existencia es suficiente para demostrarle que puede contar conmigo.

Como cardenense que soy no paso por alto que Cárdenas es conocida entre las ciudades de Cuba como ciudad de primicias y que una entre tantas otras razones es que fue allí donde ondeó por vez primera nuestra enseña nacional, un hecho que contrasta mucho con la fundación por el propio Fidel Castro del museo a la Batalla de Ideas que tuvo lugar después del regreso de Elián Gonzalez a Cuba. Paradójicamente dicho museo representa las ideas que a lo largo de más de cincuenta años han causado un daño irreparable a un gran número de familias cubanas, a la nación en general, daño muy visible también en nuestra propia identidad como pueblo. Cuánto agradeciera a Dios que viniera de ÉL esa próxima primicia que se anote mi querida ciudad, el inicio de la libertad definitiva, el evento que marque para generaciones futuras ese antes y después definitivo de nuestra historia.

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