Dedicado a Mme. Janine Moreaux Meunier.
Por lo enfocado que he estado compartiendo experiencias relacionadas con el hecho de encontrar trabajo después de haber perdido el que tenía, había pasado por alto esta historia que les narro hoy, aunque me doy cuenta que en aquel momento no llegué a asimilar por completo su verdadero significado.
Con este relato quiero expresar mi agradecimiento a una persona que realmente lo merece, aunque no fuera ella la única que dejara un recuerdo de gratitud en mi corazón entre todas las que conocí durante mi estancia en París. Como ya he dicho antes, no creo en las casualidades, pues siempre que creemos experimentar una de ellas, si analizamos todos los detalles que las rodean, el antes y después, nos damos cuenta que de alguna forma responden a algo mucho más ligado a nosotros mismos lo que las provocó, ya sea para bien como para mal.
Vayamos unos meses antes de la historia que narraba en en el artículo anterior, en el mes de octubre de 1983. Resulta que a finales de abril, cuando regresaba al cuarto como de costumbre casi al oscurecer, al llegar al último piso por la escalera de servicio, cuando veo a una mujer que salía del cuarto que estaba al inicio del pasillo, uno que quedaba aislado porque de ese lado el pasillo llegaba hasta esa puerta solamente y en sentido opuesto pasaba por el resto de los cuartos, incluyendo el mío, por lo que por esa puerta nadie tenia que pasar para bajar las escaleras. Nunca había visto a nadie entrar allí ni luz por debajo de la puerta en la noche, asumiendo que nadie lo ocupaba, ya que no todas las familias del edificio alquilaban sus cuartos a extranjeros. La mujer era francesa, la saludé y respondió muy amablemente, en efecto era la propietaria. Me preguntó si hacía mucho que vivía allí, de dónde era, etc, etc, era evidente que necesitaba la información necesaria para saber quien era aquel extranjero que vivía en su mismo edificio. Su apartamento estaba justo en el piso de abajo, comenzando debajo de ese mismo cuarto y se extendía incluso pasando por debajo del mío. Al preguntarme por mi familia supo que cada dos semanas iba hasta Puteaux a casa de Jorge el amigo cubano para hablar con ellos, un barrio a las afueras de la ciudad.
Tenía dos hijos, un varón recién graduado de ingeniería y la hija que estudiaba medicina, ambos fuera de Paris y ella vivía con el esposo. Aproveché para comentarle que estaba sin trabajo, que si se enteraba de alguien a quien recomendarme se lo agradecería. Me dijo que no tenía muchas relaciones pero que lo tendría presente. Le dije que compartía mi cuarto con otro cubano, sorprendiéndose visiblemente de que un lugar tan pequeño vivieran dos personas, pero le dije que el otro cubano trabajaba por las noches en un hotel, que lo más difícil era cuando tenía su día libre y había que utilizar un catre que una señora cubana que había conocido le había regalado. Esa fue toda nuestra conversación.
No habría pasado ni una semana cuando me la encontré de nuevo. Al escuchar el ruido de pasos en los escalones de madera se asomó a la puerta, confesando que había estado al tanto con la intención de hablarme. Me dijo que tras nuestra conversación se había quedado pensando en la incomodidad de aquel cuarto y en el hecho de que tuviera que irme tan lejos para hablar con mi familia. Me dijo que su cuarto estaba recién restaurado porque la hija pensaba ocuparlo, pues como buhardilla al fin era atractivo para los jóvenes el dejar su cuarto abajo e irse a vivir allá arriba, era además un cuarto mucho más amplio pues ocupaba el doble de espacio que el mío, pero como estaba justo encima de la cocina de su propio apartamento les resultó fácil hacer la conexión de agua fría y caliente para instalar una ducha y un pequeño lavamanos. El resto de los cuartos ninguno tenía agua, aquel era el único, pero una vez estuvo terminado la hija cambió de parecer y allí estaba el cuarto con comodidades envidiables por cualquiera de los inquilinos del piso.
La mujer se había quedado pensando en todos aquellos inconvenientes, que para mi eran algo muy normal, pero se lo comentó al esposo quien al escuchar la propuesta de la mujer estuvo de acuerdo en permitirme utilizar el cuarto, por lo que me entregó las llaves para que las noches que el otro cubano descansaba yo me fuera a dormir para allí, o cuando quisiera, pero que además podía utilizar la ducha con agua caliente, lo que sin duda era un lujo en aquel piso que solo contaba con un inodoro en común al final del pasillo, un espacio pequeño donde resultaba un tanto incómodo bañarse con un cubo pues al más mínimo descuido ya estaba saliendo el agua por debajo de la puerta. Lo cierto era que el solo hecho de que me estuvieran haciendo aquel ofrecimiento era algo realmente increíble. Pero ahí no terminaba todo, me propuso además que no siguiera dando los viajes a casa de Jorge los sábados para las llamadas de Cuba, por lo que me daba también la llave de la puerta de la cocina de su apartamento, la que daba a la escalera de servicio que conducía hasta el último piso pues al lado de la puerta había un teléfono. Me daba la llave porque ella acostumbraba irse los sábados a casa de un hermano médico que vivía solo, también en Paris, y el esposo también salía.
Lo cierto era que un día en que su casa quedaba completamente sola, yo tendría las llaves. No podía creerme lo que estaba escuchando, era como estar viviendo en el mundo de Thiago de Mello en que la gente era guiada por Los Estatutos del Hombre, aunque el escenario real fuera el de una ciudad donde tanto se hablaba del cuidado que había que tener con los extranjeros y los robos, para ver a una persona que recién me encontraba depositando en mi toda su confianza, en alguien que ni trabajo tenía, de lo que podía suponer la necesidad que tenía, y aquella mujer me estaba ofreciendo las llaves de su casa. Ni siquiera me habló de la posibilidad de que mi familia podría llamarme un día entre semana para ella poder estar en su casa, lo que sin duda no le restaba al agradecimiento de mi parte, y yo no lo mencioné porque sabía que solo podían ir el fin de semana. Me dijo además que cualquier llamada que necesitara hacer en Paris podía hacerla sin problemas desde su casa sin tener que irme a una cabina pública que quedaba al lado del correo a unas tres cuadras. Aquello era realmente como vivir un milagro.
Recuerdo que en una ocasión los hijos la convencieron para cambiarle los gabinetes de cocina como regalo de cumpleaños, pero resultó que justo cuando los obreros de una compañía vendrían a hacer el trabajo el hermano se enfermó y ella tuvo que irse por varios días, pero no querían posponer el trabajo por la proximidad del cumpleaños. Entonces me habló para ver si podía quedarme al tanto de los obreros y así ella poder irse tranquila con el hermano, porque el esposo no podía abandonar su trabajo, y allí me quedé con los obreros los días que les tomó el trabajo. Hasta pagarme quiso por la ayuda, pero qué iba a aceptarle nada a aquella mujer si era yo el que estaba en deuda con ella, además, ese tiempo mis ahorros de antes apenas se habían tocado, aunque sin poder imaginar aún el tiempo que estaría sin trabajo.
Antes comenté que su hermano era médico, pues bien, resultó que era el Presidente de la Academia de Medicina de Paris y médico personal del entonces presidente Francois Miterrand, el Dr. Jean Moreaux, cirujano que el gobierno francés había enviado de urgencia a Roma en 1981 para atender a Juan Pablo II a causa del atentado de que había sido víctima. Ella decía que el hermano no quería que la gente supiera que le había salvado la vida al Papa, que si en algún momento lo conocía que no me diera ni por enterado. Un día me invitaron a su casa y le conocí, una persona realmente agradable, con aire más bien de religioso que de otra cosa, aunque lo cierto es que había hecho de su profesión un sacerdocio. Fue su hermana quien lo acompañó al Vaticano en una invitación especial que le hicieron para honrarlo por lo que había hecho por el Papa.
Su especialidad era en cirugía de colon, casos de cáncer, al parecer muy efectivo en los casos que trataba. Nos encontramos en más de una ocasión, incluso años después al regresar a Francia de visita con mi esposa y mi hijo que pasamos para que se conocieran. Recuerdo que aquella época en que le conocí coincidió con mis primeras visitas a la iglesia española de los Claretianos, hechos que he ido relacionando tras el paso de los años, atando cabos y tratando de encontrar la relación que podían tener, con un visible denominador común, la iglesia católica, cuando yo en realidad no era católico, pero era así que se iban presentando las cosas.
Este encuentro con Janine fue el primer hecho un tanto fuera de lo que podemos llamar normal, en que pude ver la mano de Dios después de aquella experiencia que le había cambiado el rumbo a mi vida. A solo unos días de haberme quedado sin trabajo y recordando lo que me había dicho el mismo Jorge de lo difícil que era encontrar un cuarto en Paris por la cantidad de extranjeros que había, y allí mismo donde estaba Dios utilizba a una persona para ofrecerme uno sin pagar un solo centavo y con ventajas de las que otros pagando no disfrutaban. Cuánto me habían favorecido Dios en tan corto tiempo, cómo se había encargado Dios de poner en el corazón de alguien el deseo de ayudarme en un momento y en circunstancias en que cosas así no eran normales que ocurrieran. Después de tres meses viviendo en aquel lugar sin nunca antes haber visto a nadie salir de aquel cuarto, y fue precisamente después de quedarme sin trabajo que me encontré con aquella señora. Para mí por supuesto que no se trataba de ninguna casualidad.
Para muchos el tema de Dios y de la fe es algo tan abstracto y ajeno a la realidad y a veces crudeza de este mundo, que les resulta a veces sin sentido que alguien dedique tiempo para hablar de esas cosas. En mi experiencia personal el hablar de Dios es sinónimo de creer en la manifestación más tangible que alguien pueda imaginar. Por el solo hecho de no haberlo experimentado es un tanto arriesgado asegurar que no existe. Dios no se limita ni a credos ni a ritos, esas no son más fronteras que limitan su manifestación. Dios se manifiesta cuando le damos la oportunidad, aunque en ocasiones aún sin que se la demos, pero lo hace siempre con el propósito de llamar nuestra atención, aunque con tanta frecuencia no reparemos en ello.
El pensar en ángeles entre nosotros se iba convirtiendo en algo mucho más real pues aquella mujer había sido realmente como uno de ellos, también Jorge, América Cisneros, cubana también, tataranieta de Salvador Cisneros Betancourt, fueron varios realmente, pero estos otros resultaba más fácil que confiaran en mi, no así esta señora francesa.
Nota.
Su hermano el Dr. Jean Moreaux falleció en Paris el 11 de octubre del pasado año 2012 a la edad de 86 años.
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