Discurso pronunciado por Fidel Castro el 8 de Mayo de 1959 en La Habana tras su regreso de una gira por varios países, incluyendo Estados Unidos.
Señor Presidente de la República;
Compatriotas:
Aquí estamos de nuevo otra vez con nuestro pueblo, y, aunque ha sido larga la jornada y tremendo el esfuerzo realizado, aun queda un poco de energía para cerrar con este acto de hoy la gira por todo el continente.
No fue un paseo al extranjero, fue una necesidad. Fuimos a llevar el mensaje de nuestra Revolución a todos los pueblos del continente americano, fuimos a reunirnos con otros pueblos, a hablarles a otros pueblos, a hacer en otros lugares del continente lo que hacemos aquí: hablarle al pueblo, exponer los ideales de nuestra Revolución, los propósitos que la animan y ganar para nuestra justa causa el corazón de otros pueblos.
Nuestra Revolución es un acontecimiento histórico que no solo interesa a los cubanos, les interesa a otros pueblos. Como verdadera revolución que es, ha despertado el interés de los pueblos en todo el continente. Teníamos que defenderla de la confusión, teníamos que defenderla de la calumnia, y salimos a responder todas las preguntas, a responder todas las interrogaciones y a decir a otros pueblos lo que hemos dicho aquí, en la convicción de que nos entenderían, porque toda causa justa, toda causa noble, podrá tener enemigos, podrá tener detractores, pero tiene más amigos que enemigos, tiene más pueblo que la comprenda que detractores interesados en mancillar con la mentira la revolución más generosa que se ha hecho en el mundo: nuestra Revolución Cubana.
Al volver a nuestra patria, al presenciar esta extraordinaria concentración, no puedo menos que pensar que nuestro pueblo considera que hemos cumplido con nuestro deber.
Salimos de la patria no a debilitar nuestra Revolución, salimos de la patria a fortalecer nuestra Revolución. Salimos de la patria no a negar nuestra Revolución, sino a reafirmar nuestra Revolución, a explicar a los pueblos del continente las causas que tuvimos para hacerla y las razones que tenemos para llevarla adelante.
Hemos respondido a las preguntas de 6,000 periodistas, y hemos hablado aproximadamente a 100 millones de personas. Tuvimos que hablar en un idioma que no era el nuestro, y nos entendieron; tuvimos que hablar en pueblos que no eran el nuestro, y se congregaron muchedumbres para escuchar las verdades de nuestra Revolución. No habían recibido de nosotros favores, y parecía como si también agradecieran el esfuerzo que estamos haciendo en Cuba. Y es que los pueblos se sienten solidarios de los triunfos de otros pueblos, los pueblos agradecen las victorias justas que obtienen otros pueblos, y es que muchos pueblos de América desearían tener lo que los cubanos estamos alcanzando.
Cuando se sale precisamente del país, cuando se visita a otros pueblos hermanos de América Latina, es cuando puede apreciarse todo lo que ha hecho nuestra Revolución, y cuando puede apreciarse todo lo que puede hacer nuestra Revolución. Así, por ejemplo, mientras el costo de la vida sube en todos los demás pueblos de América Latina, en Cuba —país que encontramos arruinado, país que encontramos sin un centavo en la tesorería, país que con sus reservas monetarias virtualmente agotadas— el costo de la vida baja, y cuando un periodista me preguntó en la capital de Brasil cómo rebajábamos el costo de la vida, le respondí sencillamente: ¡Con leyes revolucionarias!
Cuando se sale de la patria y se observa el panorama de otros pueblos de nuestro continente, es cuando se siente más íntima la satisfacción de la obra que nuestro pueblo está realizando.
Cuatro cosas tiene nuestra Revolución que precisamente constituyen motivos de admiración por los cubanos: esta es, en primer lugar, una revolución que tiene pueblo; es una revolución donde el gobierno de la república puede decir que tiene ejército; es una revolución que tiene doctrina, y es una revolución que hace leyes verdaderamente revolucionarias.
Otros países están sumidos en grandes problemas. Al revés de nuestra patria, no cuentan con los elementos con que afortunadamente contamos nosotros para llevar adelante esta obra, porque nunca en ningún pueblo de América se reunieron, como se reúnen hoy en Cuba, todos los ingredientes para hacer marchar adelante una revolución.
El pueblo y los hombres que tienen las armas en la mano son una sola cosa. En otros sitios ha ocurrido que tenían el pueblo, pero no tenían el ejército; otros gobiernos han tenido ejército, pero no han tenido pueblo; otras revoluciones han tenido doctrina, pero no han tenido mayorías y han necesitado implantar los cambios revolucionarios mediante el terror.
¡Nosotros tenemos pueblo, tenemos ejército y tenemos con nosotros una abrumadora mayoría de la nación cubana! Es por eso, por las felices circunstancias en que se está llevando adelante nuestra Revolución, que Cuba se ha convertido en el modelo y en la esperanza de todos los pueblos de América Latina.
Los cubanos tenemos hoy algo más que responsabilidades nacionales, los cubanos tenemos responsabilidades con todos los demás pueblos hermanos del continente americano. Así, tenemos con nuestra Revolución deberes mayores, porque si nuestra Revolución fracasa (Exclamaciones de: “¡Nunca!”), si nuestro gobierno fracasa (“¡Nunca!”), si nuestro pueblo fracasa (“¡No!”), habremos defraudado a todos los pueblos del continente americano.
Nuestra Revolución fracasaría si el Gobierno Revolucionario falla (“¡No!”), o nuestra Revolución fracasaría si el pueblo falla (“¡No!”). Nuestra Revolución fracasaría si cada uno de nosotros, los que constituimos el gobierno, no hacemos el mayor esfuerzo, o nuestra Revolución fracasaría si cada uno de los ciudadanos de la república no hace el mayor esfuerzo (“¡Revolución, Revolución!”).
Por delante tenemos un camino como nunca lo había tenido nuestra patria; de que lo sepamos llevar adelante, depende únicamente de nosotros mismos.
Dura y difícil es la tarea que el destino ha puesto sobre los hombros de nuestro Gobierno Revolucionario.
El día de hoy me ha recordado en muchas cosas la llegada a la capital de la república de nuestra Columna No. 1, el 8 de enero de este año, y muchas cosas son también diferentes. Recuerdo mis palabras aquella noche en el Campamento de Columbia, hoy Ciudad Libertad —no me olvidé de su nombre, pero hasta aquel día se llamó Campamento de Columbia—, y recuerdo cuando con toda franqueza y honradez le dije al pueblo que éramos hombres nuevos, que ninguno de nosotros había sido nunca ministro, que ninguno de nosotros había sido nunca jefe de organismos armados, que ninguno de nosotros teníamos experiencia de gobierno, pero que, sin embargo, haríamos el esfuerzo, porque teníamos el propósito de cumplir con nuestro deber. Que podíamos equivocarnos porque no éramos sabios, pero que jamás nuestra intención flaquearía; que lo importante no era el error, que lo importante era la intención; que lo que al pueblo le importaba era la honradez; que los pueblos perdonaban los errores, que lo que los pueblos no perdonaban, que lo que el pueblo no perdonaba, era la sinvergüencería y la inmoralidad.
Hoy, después de cuatro meses, podemos decir que fuimos fieles a esa norma, y que hemos actuado guiados exclusivamente por el propósito de servir a nuestro pueblo.
Dijimos también aquel día que nuestra llegada a la capital, nuestra llegada al gobierno, era algo similar al desembarco del “Granma”, cuando tampoco teníamos experiencia alguna de la guerra; pero que, sin embargo, sobre la marcha nuestros hombres aprendieron cómo ganar la guerra.
Así también, después de cuatro meses, no podemos decir que tengamos una gran experiencia, no podemos decir que todavía no nos falte mucho por aprender, pero sí podemos decir que hemos aprendido algo, sí podemos decir que nuestro pueblo y nuestros hombres han aprendido algo, y que nuestra Revolución ha hecho algo.
Una diferencia observé entre el pueblo que nos recibió el 8 de enero y el pueblo que nos recibió el 8 de mayo. Había alegría en ambas ocasiones, pero la alegría no era igual; había emoción en ambas ocasiones, pero la emoción no era igual. Mas la diferencia no estaba en la magnitud de la alegría o de la emoción —que en ambas ocasiones ha sido extraordinaria—; la diferencia estaba en la calidad de la emoción y de la alegría. En aquella ocasión el pueblo disfrutaba el júbilo de la victoria revolucionaria, pero todo era incertidumbre acerca del porvenir. El pueblo conocía las virtudes de los revolucionarios como combatientes, mas ignoraba sus virtudes como gobernantes. Había alegría, pero había también incertidumbre; había alegría, pero había también preocupación por el destino futuro de la patria.
Con la caída de la tiranía, el Estado se desplomó virtualmente; fue necesario reconstruirlo de nuevo y hacerlo todo con hombres nuevos, fue necesario organizarlo todo sobre la marcha. No contábamos con otra cosa que nuestra confianza en nosotros mismos, el respaldo del pueblo y la fe en nuestra Revolución.
Hoy, después de cuatro meses, había algo distinto en los rostros, había algo distinto en la alegría del pueblo; nos pareció incluso que la alegría era todavía mayor. Y la diferencia, a nuestro entender, consiste en que la alegría del 8 de enero era la alegría de un pueblo que vio romper sus cadenas, era la alegría de un pueblo que se zafaba el yugo, era la alegría de un pueblo que acababa de destruir una tiranía, y la alegría del 8 de mayo era la alegría de un pueblo que vislumbra ya para la patria el más hermoso porvenir.
Aquella era la alegría de un pueblo por lo que había destruido, y hoy era la alegría de un pueblo por lo que ha construido y piensa construir en el futuro.
Son tantas las cosas que diferencian a esta época cubana de épocas anteriores, que basta recordar la circunstancia de que otras revoluciones en Cuba, al cabo de tres meses, habían sido desalojadas del poder; y esta Revolución, al revés de la Revolución del 33, después de cuatro meses es más sólida, es más fuerte y tiene más pueblo.
Muchos pensaron, tal vez escépticamente, cómo saldría adelante nuestra Revolución joven, cómo saldrían adelante nuestros jóvenes líderes, nuestros jóvenes jefes. Y no faltaba quienes creían que al cabo de cuatro meses la Revolución habría fracasado por sus errores. Han transcurrido cuatro meses y nuestra Revolución es más fuerte. ¡Transcurrirán cuatro años y nuestra Revolución será más fuerte! Transcurrirán 40 años, y la obra que hemos iniciado en nuestra patria no habrá sido derrotada por sus errores.
Si los propósitos y los ideales que estamos llevando adelante en nuestra patria, si la semilla que estamos sembrando hoy la cuidamos celosamente, si las ideas que estamos sembrando hoy las cuidamos celosamente, si los principios que estamos estableciendo hoy los cuidamos celosamente, si la moral revolucionaria que estamos implantando hoy la cuidamos celosamente, dentro de 40 años, lejos de ser más débiles, estos ideales serán más fuertes.
Esta Revolución Cubana presenta muchas características que no hemos presenciado en otras revoluciones. La corrupción de los revolucionarios ha sido frecuente en otras revoluciones, el debilitamiento de los ideales ha sido frecuente en otras revoluciones. Y nosotros aspiramos a que en nuestra Revolución la moral y los ideales sean cada vez más puros, a que la conducta de nuestros hombres sea cada vez más recta, a que el fervor de nuestro pueblo sea cada vez mayor.
Dijimos aquel día al llegar a La Habana que la Revolución había derrotado a sus enemigos, que los enemigos contra los cuales habíamos combatido habían desaparecido de la faz de la patria; que la Revolución en el futuro no podía tener más enemigos que nosotros mismos, que la Revolución en el futuro no podía tener más enemigos que nuestros propios errores; que si lo hacíamos bien, que si cumplíamos con nuestro deber, que si teníamos un sentido cabal de nuestras responsabilidades, nada podría derrotar a nuestra Revolución, nadie tendría nunca fuerzas para derrotar a nuestra Revolución.
De los errores de los revolucionarios sacan partido los enemigos de la Revolución. Los enemigos de la Revolución desean que nos equivoquemos para sacar partido de nuestros errores. Los enemigos de la Revolución saben que si actuamos bien, jamás tendrán oportunidad de volver a apoderarse de la patria, y muchas cartas se han estado jugando contra nuestra Revolución, muchas formas se han estado usando contra nuestra Revolución para debilitarla o desacreditarla.
Todos los medios se han estado usando contra nuestra Revolución para ver si nos equivocamos o para ver si nos debilitamos; mas tememos que los que creen que van a derrotar la Revolución por sus errores, están equivocados. Se han hecho erróneas ilusiones, porque derrotar nuestra Revolución no será jamás tarea fácil, hacer fracasar a nuestra Revolución no será jamás tarea fácil.
Una prueba la hemos tenido en estas semanas: cuando creían que habían debilitado nuestra Revolución en el campo internacional, cuando creían que estaban debilitando nuestra Revolución en el campo interno, los hombres que tenemos en nuestras manos el destino del país hemos sabido defenderla y hemos sabido consolidarla en la opinión pública del continente entero. Y al regresar de nuevo a la patria nos encontramos con que, en la misma medida en que nuestra Revolución se ha fortalecido fuera de Cuba, nuestra Revolución se ha fortalecido dentro de Cuba. Y así, el pueblo puede confiar en su victoria, el pueblo puede confiar en su Revolución, el pueblo puede confiar en su destino, porque nosotros estamos muy conscientes de nuestros deberes, ¡y nuestro principal deber es hacer marchar a nuestro pueblo hacia adelante.
Valor no le falta a ningún revolucionario para morir defendiendo su revolución, valor no le falta al pueblo para morir defendiendo su revolución. Valor para morir a cualquiera le sobra, lo difícil es el valor de cumplir con el deber.
Fácil camino es el camino de morir por una idea; difícil camino es el camino de hacer triunfar una idea. Fácil camino es el de llevar a un pueblo a una lucha a muerte; difícil camino es el de conducir a un pueblo al triunfo. Nuestra misión como gobernantes es conducir el pueblo al triunfo y no a la muerte. Nuestro deber como gobernantes es conducir a nuestro pueblo al éxito y no al sacrificio.
Yo sé, y todos sabemos, que con nuestro pueblo podemos contar en cualquier hora, en cualquier circunstancia y para cualquier sacrificio (Exclamaciones de: “¡Siempre, siempre!”), eso lo sabemos; pero nosotros estamos muy conscientes de que nuestro deber es conducirlo al triunfo, de que nuestro deber es agotar todos los recursos de la inteligencia y de la razón para conducirlo al triunfo. Y nuestro pueblo hará todos los esfuerzos necesarios para vencer los obstáculos que tiene delante, nuestro pueblo hará todos los esfuerzos necesarios para triunfar y para llevar adelante su causa justa; nuestro pueblo solo iría al sacrificio cuando, después de agotados todos los recursos de su razón y de su inteligencia, los enemigos de nuestra Revolución intentasen aplastarla.
Con esto queremos significar una cosa, y es que los gobernantes de Cuba, los dirigentes de la Revolución, saben cuáles son sus deberes, saben cuáles son las tremendas responsabilidades que tienen con su patria, y que de esas responsabilidades la mayor de todas es conducir a su pueblo hacia el triunfo.
Es por eso que no escatimamos esfuerzos, es por eso que no descansamos un minuto, es por eso que el pueblo nos ve bregar incesantemente, luchar por su revolución, dentro y fuera de Cuba, hablarle al pueblo cubano y hablarles a todos los demás pueblos de nuestro continente.
Lo que queremos hoy, lo que queremos decir al hablarle hoy al pueblo, es que tenemos la seguridad de que nuestra Revolución seguirá adelante, de que nuestra Revolución triunfará, de que nuestra Revolución llevará adelante su obra sin que nada ni nadie lo pueda impedir, y esa fe que tenemos como nunca antes la habíamos tenido, esa seguridad que tenemos como nunca antes la habíamos tenido, es la que queremos comunicar hoy a nuestro pueblo.
Hablando más claro, existe algo contra lo que tenemos que luchar: el temor; existe algo que debemos recalcar aquí, hay un sentimiento que queremos inculcar a todos los cubanos, hay una palabra que debemos pronunciar aquí: ¡De nuestra Revolución nadie tiene nada que temer!
De nuestra Revolución podemos decir que es la revolución más inspiradora de confianza que haya existido en el mundo. Quienes hayan sentido temor sobre nuestra Revolución es porque han querido, o porque no tienen la conciencia muy limpia que digamos.
¿Temor, por qué, de una revolución cuyas ideas y cuyos fines están nítidamente claros? ¿Temor, por qué, de una revolución que se lleva adelante bajo un cielo enteramente libre? ¿Temor, por qué, de una revolución que es tan respetuosa con los derechos y la dignidad del hombre? ¿Temor, por qué, de una revolución donde todo el mundo puede hablar y escribir libremente? ¿Temor, por qué, de una revolución donde las ideas no se imponen, sino que se razonan; donde las ideas no se imponen, sino que se discuten?
¿Temor, por qué, de una revolución cuyos soldados son los soldados más gallardos, y más honestos, y más humanos que haya tenido ninguna revolución? ¿Temor, por qué, de una revolución cuyos soldados jamás violaron la integridad de una persona humana; donde los hombres que tienen las armas en su mano aprendieron en la guerra el sentido de la caballerosidad y del honor, que desde el primer día fue la norma más sagrada de nuestro Ejército Rebelde, y que no violó una sola vez en toda una guerra donde el enemigo perpetró contra nosotros todo género de atrocidades; de un ejército que jamás torturó a un prisionero, de un ejército que jamás violó las leyes de la guerra, de un ejército que curó a sus enemigos con sus propias medicinas? ¿Cuándo hombres más humanos y hombres más nobles y hombres más dignos tuvieron las armas en la mano?
Luego, si a nuestra Revolución se le teme, si alguien teme a nuestra Revolución, no será por la fuerza que ostenta, porque hemos sabido usar la fuerza para combatir al enemigo, usar la fuerza para combatir la tiranía, ¡pero nadie nos vio jamás usar la fuerza para abusar de ella! Si a la Revolución se le teme será por sus razones, si a la Revolución se le teme será por la justicia que lleva consigo, porque no existe ninguna otra razón para temerle a una revolución que se realiza sin empleo de la fuerza, sin dictadura, sin terror; a una revolución que se lleva adelante bajo un cielo libre, en un régimen de opinión pública donde todo el mundo tiene derecho a hablar y a escribir libremente, y con una mayoría de pueblo que la respalda.
¿Temor a qué de nuestra Revolución? ¿Temor por qué y temor para qué?
¿Por qué, pues, agitar fantasmas? ¿Por qué, pues, azuzar temores? ¿Qué puede temer nuestro pueblo? ¿A quién le puede temer nuestro pueblo? (EXCLAMACIONES DE: “¡Nadie!”)
¿Es que no estamos haciendo una obra que el pueblo respalda? (“¡Sí!”) ¿Es que no estamos haciendo una obra que el pueblo quiera? (“¡Sí!”) ¿Es que no se siente feliz y satisfecho el pueblo con lo que estamos haciendo? (“¡Sí!”) ¿Es que las ideas de nuestra Revolución no están bien definidas? (“¡Sí!”) ¿Es que los principios democráticos de nuestra Revolución no están bien claros? (“¡Sí!”) ¿Es que nuestra concepción de los derechos humanos, como derechos humanos, no está bien clara y definida? (“¡Sí!”)
Entonces, si las ideas de nuestra Revolución son bien definidas en el orden político, si las ideas de nuestra Revolución están más que definidas en el orden democrático, si existe un movimiento revolucionario que hizo la Revolución con el apoyo del pueblo y la llevará adelante, ¿qué se teme de nuestra Revolución? ¿Acaso sus leyes justas? ¿Acaso sus leyes revolucionarias? ¿Acaso su justicia social? Pues bien: lo que debemos decir aquí, y lo mismo que les hemos dicho a los demás pueblos del continente, es que esta es una revolución enteramente democrática; es que todos los derechos del hombre son los derechos de nuestra Revolución; es que la libertad de opinar, la libertad de escribir, la libertad de hablar, la libertad de reunirse y la libertad de creer, son libertades sagradas de nuestra Revolución; pero también debemos decir, y también hemos afirmado en todos los pueblos del continente, que los derechos sociales del hombre son también derechos sagrados de nuestra Revolución, que la justicia social constituye también un postulado fundamental de nuestra Revolución.
Los que quieran y de verdad sientan la democracia, los que piensen democráticamente, nada tienen que objetar a nuestra Revolución. Pero a los que crean que la democracia es una pura teoría, a los que crean que la democracia es una mentira para engañar a los pueblos, a los que hablan de democracia y se olvidan del dolor y la miseria de los pueblos, les decimos que no hay democracia sin justicia social; que no puede haber democracia, ni puede llamarse democracia, ninguna doctrina que se olvide de las necesidades del hombre, y que, por tanto, si lo que se objeta de nuestra Revolución son sus ideas de justicia social, entonces se explican algunos temores, se explican los temores de los egoístas, se explican los temores de los falsos demócratas, se explican los temores de los hipócritas, que esgrimen las ideas para encubrir intereses, que azuzan los miedos para encubrir intereses.
Nuestra Revolución, debemos advertirlo bien claramente, no renunciará jamás a sus principios democráticos; nuestra Revolución no renunciará jamás a sus principios humanos, pero nuestra Revolución tampoco renunciará jamás a su propósito de que exista en Cuba justicia social, y por eso hemos concretado bien claro nuestras ideas.
Temor a dictaduras no, porque jamás implantaremos dictaduras en nuestra patria. Temor a la fuerza no, porque jamás utilizaremos la fuerza en nuestra patria, como no sea para combatir enemigos que vengan armados, ¡y en ese caso sí que nuestros hombres marcharán con ardor al combate! Temor al abuso de autoridad no, temor al abuso del poder no, porque jamás abusaremos de la autoridad o del poder; por tanto, no caben los temores ni las dudas respecto a las ideas y los principios de nuestra Revolución, pero no quepan tampoco las dudas de que esta Revolución, con el apoyo mayoritario del pueblo, adoptará cuantas medidas de beneficio al pueblo sean necesarias y adoptará cuantas medidas de justicia social sean necesarias, porque nuestras ideas y nuestros propósitos son bien claros.
En el mundo se discuten dos concepciones: la concepción que ofrece a los pueblos democracia y los mata de hambre, y la concepción que ofrece a los pueblos pan y les suprime sus libertades; por tanto, las ideas y los fines de nuestra Revolución son bien claros, la ideología de nuestra Revolución es bien clara: ¡No solo les ofrecemos a los hombres libertades, sino que les ofrecemos también pan! ¡No solo les ofrecemos a los hombres pan, sino que les ofrecemos también libertades! Y esa es nuestra posición ideológica clara y terminante.
Nuestro respeto por todas las ideas, nuestro respeto por todas las creencias, porque no tememos a ninguna idea, porque tenemos confianza en nuestro propio destino y porque tenemos la concepción de que la democracia no admite excepciones, de que las ideas no se persiguen con la fuerza, y que solo las ideas creadoras triunfan, solo las ideas que son capaces de resolver los grandes problemas del hombre triunfan, solo las ideas que satisfacen al hombre material y espiritualmente triunfan.
Pensarán algunos que una revolución no se puede llevar adelante con este criterio generoso y humano; pensarán otros que una revolución no se puede llevar adelante en estas condiciones, porque las armas que puedan emplearse contra ella sean superiores a las armas morales e ideológicas con que cuenta la Revolución.
Nuestra Revolución tiene sus propias ideas, y como nuestra Revolución tiene sus propias ideas y cree en ellas, nuestra Revolución no persigue ninguna idea, nuestra Revolución no teme ninguna idea, nuestra Revolución no ahoga ninguna idea, y por eso nuestra Revolución respeta el derecho de todos a opinar y a dar sus ideas.
Nuestra Revolución respeta lo mismo el derecho de hablar al más reaccionario, como respeta el derecho de hablar al más radical. Nuestra Revolución respeta lo mismo el derecho a opinar de los que creen que las normas económicas y sociales deben permanecer intangibles, como a los que creen que hay que suprimirlo todo, que hay que suprimir todas esas normas y cambiarlas por otras enteramente distintas.
En dos palabras: la Revolución respeta el derecho de hablar lo mismo al derechista que al izquierdista, al de la extrema derecha que al de la extrema izquierda. Nosotros no nos vamos a poner a la derecha, ni nos vamos a poner a la izquierda, ni nos vamos a poner en el centro, que nuestra Revolución no es centrista. Nosotros nos vamos a poner un poco más adelante que la derecha y que la izquierda. Ni a la derecha ni a la izquierda: ¡Un paso más allá de la derecha y de la izquierda!
¿O es que acaso tengan los hombres que nacer maniatados a ideas determinadas? ¿O es que acaso los pueblos tengan que aferrarse necesariamente a uno u otro principio? ¿Por qué los pueblos no han de tener derecho a su propia ideología, nacida de la entraña de la tierra, nacida de las necesidades del pueblo, nacida del corazón de los pueblos, nacida de la experiencia de los pueblos y nacida de las aspiraciones de los pueblos? ¿Y por qué nuestro pueblo ha de temer a alguna idea si tiene la suya? ¿Por qué ha de perseguir alguna idea? Los que persiguen ideas no son demócratas, los que persiguen ideas muestran los mismos rasgos que critican a las dictaduras.
Nuestra Revolución, por eso, puede considerarse la Revolución más humana y más democrática del mundo, porque no persigue a ninguna idea. La Revolución Cubana tiene sus ideas, que son inconfundibles; la Revolución Cubana tiene sus principios, que son inconfundibles; la Revolución Cubana persigue sus propósitos, que son inconfundibles, y con ellos marcha adelante, con su razón, con su persuasión, con sus métodos humanos y con su mayoría de pueblo.
Yo no sé si las calumnias contra nuestra Revolución de que es comunista o de que está infiltrada de comunismo se deben únicamente al propósito de que nosotros no persigamos a los comunistas o no fusilemos a los comunistas. Yo no sé de qué forma se podrá hablar, yo no sé de qué forma se podrán definir las ideas de una revolución, para que no se intrigue, para que no se calumnie más de lo que se está calumniando y para que cesen de una vez los ataques infames contra nuestra Revolución, tendientes a sembrar la confusión y la división.
Ni suspender el derecho de los capitalistas a hablar y a escribir, ni suspender el derecho de los comunistas a hablar y a escribir. Es que cuando se tiene una convicción firme de lo que son las libertades del hombre, cuando se tiene una convicción firme de lo que son los derechos del hombre, cuando se tiene una convicción firme de lo que es la mente humana, cuando se tiene una convicción firme de lo que es la equidad y la igualdad humanas, no podemos concebir que nadie aspire a tener un derecho que se les quite a los demás, a disfrutar un derecho que no tengan los demás. Es que nos hemos empeñado en establecer un régimen verdaderamente democrático y justo, es que nos hemos empeñado en discutir nuestras ideas en igualdad de condiciones con todas las demás, es que nos hemos empeñado en imponer nuestros ideales no por la fuerza, sino por la razón y la justicia que entrañan, porque, de lo contrario, si se acepta la teoría de que algún derecho pueda suprimirse, lo más cómodo para una revolución entonces sería suprimir el derecho de todo el mundo a hablar, sin excepción, y hablar exclusivamente los hombres del Gobierno Revolucionario. Mas, como eso no sería democrático, como esa no es nuestra filosofía, sencillamente el derecho de opinar y de hablar lo tienen todos por igual.
¿Porque tengamos esa manera de pensar, porque ese sea nuestro pensamiento político, se puede azuzar el miedo al comunismo para incitar la división en el interior del país y para concitar enemigos de otros países contra nosotros? (“¡No!”) ¿Puede acusarse a nuestra Revolución de comunista? (“¡No!”) ¿Pueden confundirse los ideales de nuestra Revolución? (“¡No!”)
¿Es que no hemos hablado lo suficientemente claro sobre la doctrina del Movimiento 26 de Julio? (“¡Sí!”) ¿Es que nuestros propósitos no están nítidamente perfilados? (“¡Sí!”) Entonces, ¿qué se persigue con azuzar esos miedos y azuzar esos fantasmas? ¿No será el propósito de frenar a nuestra Revolución? ¿No será el propósito de sembrar de obstáculos el camino de nuestra Revolución?
Si nuestras ideas son bien claras, si en pos de esas ideas está la mayoría del pueblo, si al mando de ese movimiento y de esa revolución estamos nosotros, ¿es que acaso el pueblo no confía en nosotros? (Exclamaciones de: “¡Sí!” y “¡Revolución, Revolución!”) ¿Es que acaso alguien puede pensar que encubrimos oscuros designios? (“¡No!”) ¿Es que acaso pudiera alguien afirmar que hemos mentido alguna vez al pueblo? (“¡No!”) ¿Es que puede alguien pensar que nos ha faltado alguna vez valor para hablarle al pueblo? ( ¡No!”) ¿Es que puede alguien pensar que carecemos de la sinceridad necesaria para expresar al pueblo lo que sentimos? (“¡No!”) ¿Es que acaso puede pensarse que somos unos hipócritas o unos cobardes? (“¡No!”)
Entonces, ¿por qué cuando decimos que nuestra Revolución no es comunista, por qué cuando probamos que nuestros ideales se apartan de la doctrina comunista, que la Revolución Cubana no es ni capitalista ni comunista y que es una revolución propia (EXCLAMACIONES DE: “¡Cubanismo, cubanismo!”), que tiene una ideología propia, enteramente propia, que tiene raíces cubanas, que es enteramente cubana y enteramente americana, por qué entonces ese empeño en acusar a nuestra Revolución de lo que no es?
Es preciso aclarar de una vez que si nuestras ideas fuesen las ideas capitalistas lo diríamos aquí, como si nuestras ideas fuesen ideas comunistas lo diríamos aquí, porque a nadie le reconocemos todavía el derecho de decidir en nuestro fuero interno lo que somos o lo que tenemos derecho a ser. Jamás le hemos concedido a nadie el derecho de mandar en nuestro fuero interno, y todavía no le hemos reconocido a nadie el derecho de investigar nuestras conciencias, ni le hemos reconocido a nadie el derecho —ni se lo reconoceremos nunca— de que se le rinda cuenta de nuestras conciencias, que son enteramente libres. Jamás, por ninguna razón del mundo, prostituiremos nuestra conciencia con la mentira o con la hipocresía.
Era necesario de una vez abordar esta cuestión, porque a nosotros no se nos puede imponer principios, porque a nosotros no se nos puede obligar a ninguna línea oportunista, porque nosotros nos consideramos con el derecho a pensar y a actuar en cubano, nosotros nos consideramos con el derecho a desarrollar una Revolución Cubana para servir a las necesidades y a las aspiraciones del pueblo cubano.
No combatimos a nadie por hacerle gracia a nadie. Combatimos a los que nos combatan. Tenemos nuestras ideas y respetamos las ideas de los demás; tenemos el poder revolucionario en nuestras manos, y con ese poder revolucionario, mientras tengamos la mayoría del pueblo, llevaremos adelante nuestra Revolución.
¿Para qué hablar aquí de infiltraciones, para qué azuzar miedo de ninguna índole, para qué decir que nadie se va a apoderar de los puestos claves o del mando de nuestra Revolución? ¿Por qué si cuando los hombres vinieron a luchar nosotros no le hicimos ningún examen de conciencia a nadie? Cuando vinieron a luchar no les preguntamos si eran católicos, si eran protestantes, si eran izquierdistas o si eran derechistas, lo único que les preguntamos es si eran cubanos. Esa, sencillamente, ha sido nuestra conducta.
No hay derecho a estar azuzando miedos, no hay derecho a estar intrigando (1), no hay derecho a estar concitando enemigos contra nuestra Revolución, porque no es justo, porque no tiene justificación y, además, porque el pueblo confía y cree en los hombres que tienen el poder en las manos (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”), porque esos hombres han dado sobradas pruebas de su independencia de criterio y de su firmeza en los propósitos, y porque esos hombres han dado sobradas pruebas de saber cómo se lleva adelante una empresa.
Es indigno, es vergonzoso, es doloroso, después de todas las pruebas que hemos dado de nuestra honradez, de nuestra sinceridad, de nuestro criterio propio y libre, de nuestra conducta propia y libre, que se nos trate de presentar ante el pueblo como unos juguetes, como unos instrumentos, como si nosotros no hubiésemos dado sobradas pruebas de que tenemos ideas propias, y que sabemos cómo llevar adelante una idea propia y sabemos cómo organizar; que tenemos un Movimiento propio que se llama 26 de Julio, que ese Movimiento nació con el ataque al cuartel Moncada el 26 de Julio de 1953, que se gestó en las prisiones durante dos años, que se organizó en el exilio, que cruzó los mares, que afrontó la derrota una y otra vez, sin cejar en el empeño; que conquistó las montañas, que conquistó los llanos, porque conquistó el corazón del pueblo, porque conquistó la simpatía de todos los que pensaban como nosotros; que con el respaldo de todos los sectores revolucionarios, conquistó el poder revolucionario, lo tiene en sus manos, lo tiene firmemente, tiene consigo a todo el pueblo, y está realizando una obra justa con el apoyo de la nación.
¿Es que puede caber alguna duda? (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”) ¿Es que puede alguien dudar de que es el Movimiento 26 de Julio quien asumió las responsabilidades del gobierno de la nación? (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”) Entonces, ¿qué empeño en confundir, en dividir, o en intrigar?
(Este párrafo no es parte del discurso) No se debe olvidar que pasados cinco meses ya se estaba condenando a Huber Matos por este tipo de intrigas que Castro consideraba como ofensivas, catalogándolas de calumnias encaminadas a causar división para acabar con la revolución, y Matos lo único que estaba haciendo era denunciar la realidad que para él se hacía evidente, que los Castro eran comunistas y que las filas del movimiento estaban infiltradas por comunistas. Castro continuó ocultando su mentira y burlándose del pueblo que le creyó el cuento de que Matos se había convertido en enemigo de la revolución, pueblo que terminó convirtiéndose en cómplice de aquel crimen que cometieron condenando a Huber Matos a 20 años de prisión, y con los tantos que se alzaron cuando descubrieron que habían sido traicionados y que fueron muertos en el Escambray, a los que los Castro tildaron de bandidos, cuando en realidad eran ellos los únicos bandidos. Los Castro junto a sus cómplices comunistas habían dado un golpe de estado, pues se fueron haciendo mayoría para controlar el poder por la fuerza con las purgas que comenzaron a hacer para deshacerse de todos los que fueran un obstáculo. Ver discurso del 21 de octubre de 1959 en Camaguey).>>>>>>>
Lo que ocurre es que nosotros somos hombres sin temores. Lo que ocurre es que nosotros somos hombres de ideas propias, que creemos firmemente en nuestras ideas. Lo que ocurre es que nosotros somos hombres de propósitos definidos y que sabemos cómo se alcanzan esos propósitos. Lo que ocurre es que no nos pueden acusar de malversadores, no nos pueden acusar de dictadores, no nos pueden acusar de ladrones, no nos pueden acusar de politiqueros, no nos pueden acusar de criminales, no nos pueden acusar de nepotismo, no nos pueden acusar de ningún negocio turbio, no nos pueden acusar de traición, no nos pueden acusar de ningún género de vicio de los que se acostumbraba a acusar a los gobernantes, y nos quieren acusar de bobos, y resulta que los bobos somos los que cuando aquí todo el mundo estaba dividido y confuso, cuando aquí nadie creía en nadie, nosotros creímos en nuestras ideas, nosotros creímos en nuestros planes, nosotros tuvimos fe en el pueblo, y frente a todos los augurios, frente a todos los obstáculos, llevamos adelante esas ideas y las hemos conducido al triunfo.
Resulta que ahora los que conquistaron el poder revolucionario, los que tienen el respaldo de la inmensa mayoría del pueblo de Cuba, como no la tuvo nunca ninguna revolución; los que tenemos el respaldo de la opinión pública de todos los pueblos latinoamericanos, respaldo de la opinión pública en Estados Unidos y en Canadá —que no son latinoamericanos—; que le hemos hablado al pueblo y nos ha comprendido; que le hemos hablado al pueblo en distintos idiomas, en distintas naciones del continente, y todos han reaccionado de igual forma ante nuestras ideas; resulta que los que hemos hecho todo esto, los que en cuatro meses hemos llevado adelante un sinnúmero de medidas revolucionarias, los que después de cuatro meses lejos de fracasar en el gobierno tenemos más pueblo, los que hemos defendido a la Revolución dentro y fuera de Cuba, los que hemos ganado —por la justicia de nuestra causa y por la sinceridad con que la hemos expuesto— las simpatías de multitudes de un extremo a otro del continente americano, resulta que ahora somos bobos, porque unos vivos dicen que los comunistas se están apoderando del Gobierno Revolucionario.
Lo que hay que ver aquí es quiénes en definitiva son los bobos y quiénes en definitiva son los tontos: si los fracasados, si los resentidos, si los frustrados; o los que estamos sembrando una era nueva en el suelo de nuestra patria, o los que hemos ganado para Cuba el respeto y la simpatía de todos los pueblos del continente americano, porque poco menos que lo que pretenden es sembrar las dudas; poco menos que lo que pretenden es dividir a los hombres de nuestro gobierno, dividir a los hombres de nuestro ejército, hacer imputaciones tales o más cuales defendiéndome a mí mientras atacan a otros compañeros, elogiándome a mí mientras atacan a mi propio hermano. Y lo que digo aquí es que no quiero esos elogios, lo que digo aquí es que no me interesan esos elogios; lo que digo aquí es que la Revolución es una, en bloque y en conjunto, que yo soy uno con todos los demás compañeros, y que los demás compañeros son uno conmigo.
Esta Revolución la hicieron hombres que tienen sentido del deber y sentido de la disciplina, que están muy por encima de todas las vanidades y de todas las ambiciones de este mundo; hombres que supieron pelear cuando eran 12; hombres que supieron seguir adelante cuando eran tres o eran cuatro; hombres que supieron enfrentarse a todas las dificultades; hombres que supieron cumplir con su deber, y que gracias a ellos la patria es libre, que gracias a ellos ya no hay tiranía, que gracias a ellos hoy el pueblo se siente alegre y feliz, que gracias a ellos hay leyes revolucionarias, que gracias a ellos Cuba es la admiración de todo el continente americano.
¿Por qué urdir esas campañas y urdir esas intrigas? ¿No comprenden que los hombres que nos hermanamos en aquella epopeya, que supimos de todos los rigores de la guerra, cuya vinculación y cuya hermandad no se hizo en el poder sino en la adversidad, no se hizo en la victoria sino en el sacrificio, somos un solo hombre en el pensamiento y en la acción? ¿O es que acaso se pretende sembrar alguna duda acerca de la unión tan estrecha que existe entre nosotros? ¿O es que pueden venir con intriguitas a confundir y a sembrar los temores y a sembrar el recelo y la desconfianza en el pueblo?
Entonces, ¿intrigar para qué?, ¿por qué? Entre nosotros siempre existió la más absoluta identificación, entre nosotros siempre existió la más absoluta disciplina, entre nosotros existió el líder, y ese líder no fue nunca discutido por ningún compañero, y ese líder tiene la confianza de todos sus compañeros, y ese líder tiene la confianza de su pueblo, y ese líder ha hablado con toda claridad al pueblo, y ese líder ha dado garantías a todos los cubanos independientemente de su condición política o social, ha dado seguridades a los hombres de todas las clases sociales, respeta los derechos humanos de cada ciudadano, respeta las ideas de todos y cada uno de los ciudadanos. Y mientras esté en el lugar que ocupa, mientras ostente la responsabilidad que ocupa, todos los cubanos tendrán los mismos derechos, todos los cubanos tendrán las mismas garantías, todos los cubanos tendrán las mismas seguridades, y todos los cubanos, pobres o ricos, de un partido o de otro, de una idea o de otra, sabrán que las fuerzas están a nuestras órdenes no para abusar de nadie sino para defender los derechos de todos, no para quitarle la seguridad a nadie sino para darles seguridades a todos; que el Ejército Rebelde está sencillamente con el derecho; que las Fuerzas Armadas Revolucionarias están sencillamente con el derecho; que el poder revolucionario garantiza y respeta por igual todos los derechos de los ciudadanos; que nadie tiene que albergar temor respecto a nuestros soldados revolucionarios, que nadie tiene que albergar temor respecto a nuestras fuerzas revolucionarias, que nadie puede ni debe albergar ningún temor respecto al uso que hacemos del poder.
Nosotros no tenemos que violar ninguna ley, porque nosotros hacemos las leyes, y hacemos las leyes siguiendo las necesidades y las aspiraciones del pueblo.
Nosotros hemos dicho bien claramente cuáles son los fines y los propósitos de nuestra Revolución, nosotros hemos dicho bien claramente cuáles son las medidas que vamos a tomar, nosotros hemos dicho bien claramente cuál es el alcance económico, político y social de nuestro Movimiento, hemos dicho los principios sobre los cuales se hacen las leyes revolucionarias.
El poder revolucionario, interpretando el sentimiento del pueblo y con el respaldo del pueblo, marchará por la senda que se ha trazado, marchará por el camino que se ha trazado, enarbolando las ideas que sustenta nuestra lucha revolucionaria, enarbolando las ideas y las aspiraciones que han arrastrado tras sí a todo el pueblo de Cuba; por tanto, deben cesar las intrigas, deben cesar las campañas malintencionadas, y debe cesar esa agitación de fantasmas y de temores, porque nunca el ciudadano pudo considerarse más garantizado, nunca el ciudadano pudo considerarse más respetado, sea cual fuere su condición social.
Nuestros hombres no están al servicio de un grupo social determinado, nuestros hombres están junto a un programa revolucionario. Nuestros hombres no defienden intereses de grupo, defienden ideales, defienden principios, y puedo decir aquí, con la sinceridad y la honradez que siempre me han caracterizado, que el poder revolucionario existe para brindar tranquilidad y seguridad por igual a todos y cada uno de los ciudadanos de nuestra patria, a todos los cubanos, porque de veras queremos hacer una patria como la quería nuestro Apóstol: “Con todos y para el bien de todos”.
Lo que ocurre es que aquí, en nuestra patria, las fuerzas armadas y los poderes públicos siempre estuvieron al servicio de algún sector determinado, siempre estuvieron al servicio de algunos privilegios determinados. Las fuerzas armadas solían estar a favor de ciertos intereses creados, y hoy las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el poder revolucionario están sencillamente a favor de determinados principios revolucionarios, están a favor de las leyes justas de la Revolución, están a favor no de individuos o de grupos: están a favor de ideales. Antes defendían privilegios, hoy no defienden privilegios; hoy tienen el mismo respeto y consideración para todos y cada uno de los ciudadanos.
Pudiera haber ocurrido algún caso aislado, pudiera haber ocurrido alguna extralimitación, porque no hay organización humana perfecta, no hay organización humana que pueda considerarse exenta de casos individuales. Pero eso no justifica ningún género de campañas, ningún género de temores acerca de la línea y de la conducta del ejército revolucionario y del poder revolucionario; porque no es justo que se olvide en qué estado encontramos a la república, no es justo que se olvide cómo nosotros tuvimos que convertir a un ejército de campesinos, y de gente joven y de gente humilde del pueblo, que no eran militares profesionales, que no habían servido nunca en las armas ni habían sido agentes de la autoridad y, sin embargo, con esos hombres hemos garantizado la paz en toda la república, hemos garantizado la tranquilidad en toda la república, hemos garantizado el pleno funcionamiento de la república con un mínimo de contratiempos, con un mínimo de tropiezos.
Esos hombres se han esmerado por cumplir con su deber, y esos hombres han hecho esfuerzos inimaginables para tener la república como está hoy, a solo cuatro meses de la victoria revolucionaria. No se les podía pedir más ni a ellos ni a nosotros, y no se nos podía pedir más porque sencillamente hemos hecho todo lo humanamente posible, hemos hecho todos los esfuerzos imaginables.
Cuando hemos llegado al límite de nuestras posibilidades físicas, nadie nos puede reprochar que no hayamos hecho más, porque nunca nadie hizo todo lo que han hecho nuestros hombres y nunca nadie lo hizo con tanto desinterés, con tanta pureza, ni con tanta honradez, ni con tanta lealtad a la nación, ni con tanta generosidad como lo han hecho nuestros hombres. Y no eran académicos, no eran doctores en filosofía, no eran generalotes, ni son generalotes, ni son coronelotes: son modestos comandantes de un ejército que ganó una guerra y que no tiene generales; de un ejército que derrotó a una veintena de generales, mayores generales y tenientes generales, y que no tiene generales; de un ejército que derrotó a 60, 70 ó 100 —ni se sabe cuántos— coroneles y que no tiene coroneles, ni tiene medallas, ni tiene oropeles, ni explotan el juego, ni son cómplices de los traficantes de drogas, ni tienen cuentas bancarias, ni tienen negocios turbios, ni tienen “botellas”, ni tienen prebendas, ni tienen sinecuras. Que penetraron en las ciudades y hubo un orden absoluto, que penetraron en las ciudades y no hubo excesos de ninguna índole, y se ganaron el cariño del pueblo por su conducta, por su modestia, por su humildad, por su sencillez, por su honradez.
Nunca ningún ejército del mundo fue más generoso en la guerra, nunca ningún ejército del mundo fue más ordenado y respetuoso en la victoria, nunca un ejército del mundo aceptó renunciar a sus haberes durante dos meses, a pesar de que ninguno cobró un centavo por los servicios que prestaron en la guerra. No le hicieron reclamos a la república por los servicios prestados, no le cobraron nada al pueblo por los sacrificios que hicieron. Y aquí, si alguien tiene pensiones, son las viudas, los hijos y familiares de las víctimas de los crímenes que cometió la tiranía.
Esos son nuestros hombres, esas son las normas morales de nuestros hombres, esa es la calidad de nuestros combatientes revolucionarios. ¿Puede el pueblo albergar alguna? (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”) ¿Pueden haber hecho más de lo que hicieron? (“¡No!”) ¿Pudo haber más paz en la república? (“¡No!”) Y paz como nunca la hubo, paz que no se impone por la fuerza, sino por la colaboración del pueblo; paz que se sustenta en la alegría del pueblo, en el deseo del pueblo de colaborar con la Revolución.
Por eso, a los tres meses de haber llegado la Revolución al poder, el Primer Ministro puede ausentarse del país, estar 25 días fuera de Cuba y, sin embargo, su ausencia en nada entorpecía la tarea del Gobierno Revolucionario y todo seguía igual: era igual la disciplina, era igual la paz y era igual la tranquilidad que existía en nuestro país.
¿Cuándo en ninguna otra revolución han ocurrido estas cosas? (“¡Nunca!”) ¿Cuándo ninguna otra revolución tuvo estas características? (“¡Nunca!”) Luego no es justo que alguien pueda azuzar temores, no es justo que se azucen miedos y fantasmas, porque aquí las cosas están bien claras, aquí las cosas se están haciendo bien claras. Por tanto, esperamos que estas cuestiones queden aclaradas, y si hemos invertido tanto tiempo en este tema es sencillamente porque le queremos decir al pueblo, a todos y a cada uno de los ciudadanos, de manera que todo el mundo nos entienda, cuál es la línea y cuáles son las normas del Gobierno Revolucionario; que nadie debe sentirse preocupado, que nadie debe dejarse invadir de temores de ninguna índole, que los que siembran esos temores son los que quieren hacerle daño a nuestra Revolución. (<<<<NOTA: Así era la habilidad de Castro para mentirle al pueblo haciéndoles creer que no era comunista, porque ese era sin duda el miedo del pueblo, para que se den cuenta sus defensores que nacieron décadas después, que cuando ellos se han jactado de decir que al triunfo de la revolución contaban con el apoyo del 90 % del pueblo, es otra mentira porque ese 90% no era comunista. Ellos se hicieron de pueblo cuando empezaron a expropiar a diestra y siniestra sembrando odio en el corazón de las clases más pobres contra los que tenían mejor posición, pobres que son los más vulnerables en estos movimientos populistas a los cuales compran con beneficios y promesas que les ofrecen y por los cuales tienen que estar agradecidos por el resto de sus vidas aunque en realidad pasados unos años no se vea ya el tal beneficio >>>>)
Realmente nunca habíamos podido sentirnos más optimistas que ahora, nunca había estado más segura la Revolución que ahora. ¿Por qué? ¿Por qué al cabo de cuatro meses podemos afirmar esto? Porque los hombres que estamos dirigiendo la Revolución Cubana, los hombres en quienes la nación ha puesto toda su confianza, son hombres responsables, saben lo que hacen y sabrán conducir la Revolución hacia adelante sin grandes tropiezos.
Los que creían que íbamos a conducir la Revolución al fracaso con errores, supongo que a estas horas hayan perdido toda esperanza, porque realmente la posición de la Revolución Cubana es ahora tan sólida que ¡adiós esperanzas de contrarrevolucionarios! ¿Por qué los contrarrevolucionarios han de haber perdido todas sus esperanzas? Por distintas razones: una, que al pueblo no lo van a confundir. ¡Qué importa que nuestros enemigos hablen, si nosotros también podemos hablar! ¡Qué importa que nuestros enemigos mientan y calumnien, si nosotros sabemos decir oportunamente la verdad! ¡Qué importa que nuestros enemigos urdan maniobras y campañas contra Cuba, si nosotros sabemos ganar amigos y hacer campañas también en favor de nuestra Revolución! ¡Qué importa que ellos traten de desprestigiarla, si nosotros sabemos prestigiarla!
Luego, al pueblo no lo van a confundir, porque el pueblo sabe discernir, el pueblo sabe comprender y el pueblo sabe distinguir. Al pueblo no lo van a dividir (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”) porque la Revolución tiene a los campesinos (“¡Uno!”), a los obreros (“¡Dos!”), a los intelectuales (“¡Tres!”) —quiero decir a los profesionales—, a los estudiantes (“¡Cuatro!”), a la juventud (“¡Cinco!”), a la clase media (“¡Seis!”) y al industrial nacional (“¡Siete!”), porque las leyes de nuestra Revolución benefician a todos esos sectores, porque nuestra concepción revolucionaria no divide, sino que une; porque nuestra teoría revolucionaria se dirige a unir en pos de una gran aspiración nacional, en la cual caben los intereses de todos esos sectores, porque la misma Reforma Agraria, que beneficia al campesino, beneficia al obrero y beneficia al industrial; porque cuando se hace una campaña en favor de los productos nacionales, se beneficia al campesino, al obrero, al profesional, al hombre de la clase media y al industrial; porque cuando se suprime el contrabando, estamos beneficiando al obrero que produce esos artículos, al industrial y a todo el pueblo; porque nuestras medidas han beneficiado a grandes sectores del país, de las distintas clases sociales, porque la rebaja del costo de la vida ha beneficiado a hombres y mujeres de todos los sectores sociales; porque la honradez del Gobierno Revolucionario beneficia por igual a todos los sectores; porque en la Revolución no hay privilegios para nadie ni hay favoritismos con nadie, y eso beneficia a todos los sectores. Y no solo eso, sino que las ideas de nuestra Revolución las hemos expuesto en el seno de una conferencia internacional, y los delegados de todas las repúblicas del continente aplaudieron entusiasta y unánimemente la teoría revolucionaria del gobierno cubano.
La Revolución Cubana no solo tiene una postura nacional, la Revolución Cubana tiene una postura internacional; la Revolución Cubana tiene no solo prestigio en Cuba, sino que tiene prestigio fuera de Cuba. El ideal de nuestra Revolución no es solo grato a los cubanos, es también grato a todos los pueblos latinoamericanos. Nuestros principios revolucionarios en defensa de la economía nacional, en defensa de los intereses nacionales, en defensa de los campesinos, en defensa de la industria nacional, en defensa de nuestros obreros y en pos de un desarrollo que resuelva el problema crónico del desempleo en los pueblos subdesarrollados tienen el aplauso de todos los pueblos de América Latina.
La tesis de la Reforma Agraria y el desarrollo industrial como solución de nuestros problemas económicos y sociales, no solo tiene simpatizantes en Cuba, sino que tiene simpatizantes ya en otros muchos países de América Latina. La Reforma Agraria no solo cuenta con simpatías entre nosotros. He hablado de Reforma Agraria en otros pueblos en actos como este y ha encontrado un entusiasmo extraordinario. La Reforma Agraria, como medida indispensable para la solución de nuestros problemas económicos y sociales, es ya una consigna de otros muchos pueblos de América Latina.
Así, pues, que nuestra Revolución está ejerciendo su influjo en otros pueblos. Los pueblos se interesan por nuestras medidas revolucionarias, y están todos pendientes de lo que sucede en Cuba, a pesar de todas las informaciones falsas que se han recibido, a pesar de la confusión que se ha tratado de sembrar.
Fue para nosotros de extraordinaria satisfacción comprobar ese interés que en todos los pueblos del continente existe por nuestra Revolución. Así, nuestra tesis revolucionaria ha sido conocida fuera de Cuba, nuestros puntos de vista revolucionarios los hemos expuesto en universidades, en círculos de estudio, en asambleas de periodistas, en mítines de masas, y en todas partes han encontrado un criterio y un respaldo unánimes.
Por eso es que podemos afirmar que nuestra Revolución es ahora más fuerte, que nuestra Revolución es ahora más sólida; que Cuba y su Revolución serán mejor comprendidas, que Cuba y su Revolución tendrán cada día más simpatizantes, que Cuba y su Revolución tendrán cada vez más amigos en todos los pueblos del continente, y eso es lo que hace más difícil una contrarrevolución.
Vale decir que todo intento contrarrevolucionario estaría llamado a fracasar por eso, porque al pueblo no lo pueden confundir, al pueblo no lo pueden conquistar, porque nadie conquista pueblos predicando contra sus intereses, nadie conquista pueblos luchando contra un gobierno que sirve al pueblo. Por tanto, bastaba con haber presenciado esta concentración de hoy, al cabo de cuatro meses de Gobierno Revolucionario, para que los más empecinados enemigos de la Revolución abandonen su mezquina y ruin actitud; bastaba con ver las concentraciones multitudinarias en todos los pueblos que hemos visitado, para que los elementos contrarrevolucionarios abandonasen su postura.
Podemos asegurar que nuestra Revolución es invencible y que nuestra Revolución será cada día más invencible. Ahora bien: para que nosotros sigamos adelante, cada vez más fuertes, es necesario que algunas cuestiones queden bien claras, es necesario que sepamos actuar correctamente, y, aún cuando nos sintamos un poco extenuados, hay dos o tres cosas que quiero decir aquí hoy, que son muy necesarias.
Quiero hablarle al pueblo de dos cuestiones fundamentalmente, que fueron cuestiones que interesaron en todos los pueblos que visité, y los puntos de vista que expuse en todos los pueblos que visité, muchos de los cuales, por supuesto, se conocen aquí a través de las transmisiones que se hicieron desde otros países.
¿En qué cuestiones no se comprendía bien a nuestra Revolución? Vale decir que había dos puntos que fueron objeto de constante aclaración por nuestra parte: el problema de los fusilamientos de los criminales de guerra y el problema de las elecciones (EXCLAMACIONES DE: “¡Revolución, Revolución!”) No hay que preocuparse, déjenme hablar.
El problema de los fusilamientos fue uno de los temas más utilizados por nuestros enemigos para confundir a la opinión pública en todo el continente.
Era difícil que los pueblos que no vivieron esa tragedia que hemos vivido los cubanos, tuviesen la sensación de que nuestra Revolución fuese generosa, de que nuestra Revolución fuese humana. Hubo necesidad de hablarles con toda claridad a los pueblos, hubo necesidad de exponer todas las razones que los cubanos habíamos tenido para aplicar con severidad la justicia revolucionaria. Y tan claramente comprendieron los pueblos esas razones que, por ejemplo, en Uruguay —país tradicionalmente democrático de América—, en una conferencia por televisión, estuvimos durante tres horas respondiendo las preguntas de los periodistas, muchas de las cuales trataban sobre el fusilamiento de los criminales de guerra, y al otro día el Instituto de Investigaciones de Opinión Pública de Uruguay realizó un survey en el pueblo. El 72% del pueblo uruguayo había escuchado la conferencia por radio o por televisión; de ese 72%, el 30% era contrario a los fusilamientos antes de la explicación, y después de la explicación solo quedó un 6% en contra de los fusilamientos. Y así ocurrió en todos los lugares, en asambleas de periodistas, en conferencias en universidades, en actos de multitudes, en todos los pueblos que visitamos.
Explicamos bien que nuestra Revolución no castigaba por venganza, que nuestra Revolución no castigaba por odio; que castigábamos para dar un escarmiento ejemplar, para que nunca más en nuestra patria nadie volviese a usar un arma para asesinar a un compatriota, para que nunca más en nuestra patria nuestros hijos se viesen arrancados de sus hogares en medio de la noche, para que nunca más en nuestra patria los jóvenes fuesen torturados hasta perder la vida, para que nunca más en nuestra patria se cerniese otra tiranía, para edificar una patria nueva sobre una democracia humanista y sobre una base de justicia social.
Que a grandes males, grandes remedios; que nuestro pueblo había sufrido tres dictaduras en 25 años; que tres veces nuestro pueblo había tenido que derramar su sangre; que los mismos esbirros tres veces habían perpetrado, en tres dictaduras distintas, los mismos crímenes, y que, por lo tanto, el pueblo de Cuba había decidido aplicar un castigo ejemplar, no solo para Cuba, sino para todos los pueblos de América Latina; que durante cuatro siglos los verdugos habían ensangrentado a los pueblos en nuestra América y que por primera vez en la historia de América un pueblo había castigado a los verdugos. Pero que ya nuestra Revolución había completado su obra justiciera, que ya nuestra Revolución había dado un ejemplo —que será eterno ejemplo— de que con la vida de los ciudadanos no se juega, de que con la integridad física de los ciudadanos no se juega, de que con la libertad del pueblo no se juega; que nuestro pueblo no albergaba odios estériles, que nuestro pueblo era un pueblo tan sensible y tan noble, o más sensible y más noble que cualquier pueblo del mundo; que si alguna razón podía bastar, debía bastar el hecho de que todo el pueblo unánimemente había respaldado la justicia revolucionaria; pero que, sin embargo, la justicia revolucionaria ya había cumplido su rol justiciero, que la Revolución no se excedería un ápice de los límites indispensables, y que ya los peores criminales y los peores esbirros habían sido castigados; que la Revolución había confiscado ya todos los bienes de todos los malversadores y colaboradores de la tiranía.
Que estas dos medidas las llevó adelante nuestra Revolución a pesar de la lluvia de calumnias que lanzaron contra nosotros; que la Revolución estaba superando ya esa etapa amarga pero necesaria, esa etapa dura pero indispensable, y que dado ya el ejemplo, el escarmiento histórico cumplido ya su rol fundamental, los enemigos de la Revolución no continuarían teniendo el pretexto de los fusilamientos para sembrar la desconfianza, para sembrar la antipatía y para sembrar la duda en todos los pueblos hermanos de nuestro continente. Que la Revolución había rebasado ya esa etapa, y que el pueblo, en este momento, sabía que la Revolución había cumplido su promesa de castigar ejemplarmente a los criminales de guerra. Que el ejemplo estaba dado, y que la preocupación del pueblo ya no miraba tanto hacia el pasado como hacia el porvenir. Que la preocupación fundamental del pueblo era la obra que tenía por delante. Que la etapa destructiva de la Revolución estaba virtualmente finalizada y que la Revolución seguía adelante con su etapa constructiva.
Quise decir sencillamente lo que digo aquí: que a nuestro entender la justicia revolucionaria ha cumplido ya su rol esencial, que los Tribunales de Guerra Revolucionarios han cumplido ya su rol esencial, que ya los peores criminales han sido sancionados y que, por lo tanto, la Revolución estaba segura de que había cumplido cabalmente su deber con el fusilamiento de más de 500 criminales de guerra. Que los fusilamientos irían disminuyendo, que cada día los enemigos de nuestra Revolución tendrían menos argumentos para atacar a nuestra Revolución; que la Revolución había tenido la firmeza suficiente para cumplir con su promesa al pueblo, que había tenido valor suficiente para afrontar todas las campañas de calumnias, pero que nadie podía temer ni debía temer que la Revolución se excediese de sus límites, que nadie debía temer que los fusilamientos continuasen indefinidamente, que nadie debía temer que convirtiésemos el fusilamiento en un sistema, porque los fusilamientos habían sido una necesidad; que nosotros habíamos sabido aplicar el castigo ejemplar a los criminales, pero que, de la misma manera que habíamos sabido resistir todas las campañas y todas las calumnias firmemente, castigando a los criminales, sabríamos también ponerle el freno a todo género de extralimitación, porque nuestra Revolución tenía un sentido del límite, y de ese límite no pasaría jamás.
Por lo tanto, como consideramos que los Tribunales Revolucionarios han cumplido su rol fundamental, el Gobierno Revolucionario tomará medidas que tiendan a ir condicionando las circunstancias de normalidad que nuestra Revolución necesita para marchar adelante. El Gobierno Revolucionario, considerando que la justicia revolucionaria ha cumplido su rol fundamental, tomará medidas tendientes a garantizar que la Revolución no se excederá un ápice de sus límites.
Otra cuestión que le costaba trabajo comprender a los pueblos de América Latina y a la opinión pública de Estados Unidos era el problema de las elecciones.
Como América está acostumbrada a dictadores sanguinarios y violadores de los derechos humanos, como está acostumbrada a golpes de estado y no a revoluciones, y como la práctica de esos regímenes era precisamente posponer indefinidamente las elecciones porque tenían miedo a perder, porque estaban seguros de perder, había muchas personas que no comprendiendo que aquí había habido una Revolución de verdad, que la Revolución tenía el respaldo del pueblo, creían que acaso nosotros éramos enemigos de las elecciones porque teníamos miedo de perder unas elecciones.
Cuando un día en una entrevista de prensa me preguntaron por qué no dábamos unas elecciones inmediatas (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”), dije, entre otras razones, que el pueblo no estaba interesado en elecciones (“¡No!”). Pero cuando di aquella respuesta, comprendí cuán difícil iba a ser que creyeran ellos, comprendí cuán difícil les iba a parecer que un pueblo no quisiera las elecciones inmediatas que se planteaban; porque en la mentalidad de otros pueblos, acostumbrados a dictaduras, o bien acostumbrados a elecciones cada cuatro año durante mucho tiempo, no les podía caber en la cabeza lo que estaba pasando en Cuba: que se había producido realmente un fenómeno de tipo político en que precisamente el pueblo era el menos interesado en las elecciones.
Pero, además, les expliqué que para que hubiera elecciones tenían que existir partidos políticos, que los partidos políticos habían sido destruidos por la dictadura, que los partidos políticos eran consecuencia de estados de opinión, que los estados de opinión se forman como consecuencia de actitudes críticas frente a las medidas del Gobierno Revolucionario, y que eso llevaba tiempo. Si no había partidos políticos, ¿cómo íbamos a hacer elecciones sin partidos políticos?
Era difícil que comprendieran estas cosas; además, eso llevaba tiempo. Si el pueblo en su 90% estaba con las medidas del Gobierno Revolucionario, si no se habían formado estados de opinión, si esos estados de opinión no se habían formado porque el gobierno estaba actuando de manera que satisfacía a la inmensa mayoría del pueblo, ¿qué culpa teníamos nosotros de que no existiesen esas condiciones?
Una y otra vez repetí que en cualquier instante que se celebrasen unas elecciones, el movimiento revolucionario las ganaría por inmensa mayoría (APLAUSOS); que no confundieran nuestra Revolución con un golpe de Estado; que nosotros teníamos a todo el pueblo; que nadie nos podría discutir la victoria en las urnas, pero que nosotros no podíamos inventar los partidos políticos ni producirlos en una incubadora, que los partidos políticos tenían que ser consecuencia de los estados de opinión, y los estados de opinión tenían que ser consecuencia de la actitud crítica respecto a las medidas del Gobierno Revolucionario —era difícil que estas cosas se comprendieran, porque nunca en ningún pueblo de América Latina, nunca en ningún otro pueblo de América, habían ocurrido las cosas que ocurrieron aquí ni se había constituido un gobierno con una mayoría tan abrumadora de pueblo, como el gobierno que se había constituido en Cuba—; que este era un régimen de opinión pública, que lo que el gobierno hacía era interpretar los sentimientos mayoritarios del pueblo.
¡Y qué difícil era que se comprendieran estas cosas!, como si nosotros temiésemos unas elecciones.
Y una y otra vez repetí allí, y repito aquí, que nosotros tendremos buen cuidado de adoptar todas las medidas necesarias para que en el futuro no vuelva a existir una política corrompida como la que existió siempre. Que si creían que la Revolución iba a degenerar, podían tener la seguridad de que la Revolución no degeneraría porque la politiquería no volvería a entronizarse jamás en nuestra patria. Que nosotros no somos enemigos del gobierno representativo, que sería absurdo pensar semejante cosa; que cuando esas condiciones se dieran, nosotros no temíamos absolutamente a unas elecciones, porque teníamos la seguridad de que íbamos a contar con la inmensa mayoría del pueblo de Cuba. Que, por tanto, nuestros enemigos no iban a tener pretextos para confundir nuestra Revolución con los clásicos movimientos de golpes militares de América Latina; que nosotros teníamos el propósito de convertir a nuestra patria en un modelo de democracia representativa sobre una base de justicia social, y que nosotros sabíamos muy bien cómo conducir la Revolución para que desde ningún punto de vista los enemigos la impugnasen.
Los que crean que con elecciones van a frenar la Revolución se equivocan, porque la Revolución seguirá haciendo leyes revolucionarias durante todo el Gobierno Provisional, y cuando un gobierno —producto de las primeras elecciones que se celebren— sustituya al Gobierno Provisional, ese gobierno seguirá haciendo leyes revolucionarias.
Que nuestra Revolución no era una revolución de minorías, sino una revolución de mayorías, y que nosotros sabíamos adaptar nuestra Revolución a métodos democráticos; por lo tanto, nosotros tenemos que seguir el camino que arrebate a nuestros enemigos los argumentos predilectos para desacreditar a nuestra Revolución.
Nuestra Revolución necesita la solidaridad de los demás pueblos hermanos de América Latina, nuestra Revolución necesita de la solidaridad de la opinión pública de todo el continente, para hacerse más fuerte, para hacerse más firme, y para llevar adelante un programa de la más vasta dimensión.
Nuestra Revolución necesita el respaldo de la opinión pública de todos los pueblos del continente para obtener un triunfo más seguro en su obra creadora. La Revolución necesita el respaldo de la opinión pública de los demás pueblos del continente para llevar adelante su obra, de manera segura e inevitable, para que los enemigos de nuestra Revolución no encuentren aliados en los pueblos confundidos con la mentira o la calumnia.
Nuestra Revolución tiene que adaptar sus métodos, sus medidas, tiene que adaptar su tarea a métodos enteramente democráticos, para que no exista la menor duda sobre ella, para que nuestros enemigos no puedan desacreditarnos fuera de Cuba, para que nuestros enemigos no puedan debilitarnos, por lo que puedo decir aquí que nosotros adoptaremos todas las medidas oportunamente para que nuestra Revolución no pueda ser impugnada desde ningún punto de vista. Pero al mismo tiempo que digo eso, puedo afirmar aquí que nada ni nadie detendrá nuestra Revolución democrática y humanista; que vuelvo a Cuba con más firmeza y decisión que nunca de llevar adelante nuestra Revolución; que he vuelto a mi patria como salí de ella, sólo que con más fe todavía en la victoria final; que he vuelto a mi patria con toda la dignidad con que salí de ella; que he vuelto a mi patria con toda la entereza con que salí de ella; que he vuelto a mi patria con todo el honor y con todo el decoro con que salí de ella; que vuelvo a mi patria con el orgullo de haber sabido representar con dignidad a nuestro pueblo (APLAUSOS); que vuelvo a mi patria después de haber ganado para Cuba el reconocimiento y la simpatía de la opinión pública de todos los pueblos de América Latina; que vuelvo a mi patria después de haber ganado comprensión para Cuba en todos los pueblos del continente; después de haber ganado para Cuba simpatías en todos los pueblos del continente; después de un esfuerzo tan titánico que pudiera compararse con los esfuerzos mayores que hicimos en la guerra.
Una revolución hay que defenderla no sólo en la guerra, sino también en la paz; porque una revolución hay que defenderla no sólo dentro, sino también fuera; porque una revolución no sólo necesita el apoyo del propio pueblo, sino el apoyo de todos los demás pueblos del continente. Que Cuba es hoy ejemplo y esperanza de América, que nuestra Revolución tiene ardorosos simpatizantes en todos los pueblos del continente americano, que tiene amigos en todos los pueblos del continente americano y que la tesis económica sobre el desarrollo de los pueblos de América Latina expuesta por la delegación cubana tiene el respaldo y la simpatía de todos los pueblos de América Latina, y que nosotros sabremos mantener, porque sabremos defender nuestra verdad, porque sabremos defender las simpatías ganadas, porque sabremos llevar adelante una obra, cuanto más perfecta mejor, cuanto más grande mejor.
Hoy no solamente le interesamos a Cuba, hoy nuestra Revolución no sólo interesa a Cuba, hoy interesa a todos los pueblos de América Latina, y para esa empresa estamos seguros de poder contar con el pueblo (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”), estamos seguros de contar con la confianza y el respaldo de nuestro pueblo (EXCLAMACIONES DE: “¡Siempre, siempre!”), porque algo vale más que ninguna otra cosa en una revolución, y es su obra creadora.
Cuba sobresalió ya por su heroísmo en la guerra, Cuba sobresalió ya por la firmeza con que castigó a los criminales y a los malversadores. Cuba debe sobresalir ahora en mayor grado que nunca por su obra creadora. Cuba entra en su etapa creadora. Cuba se dedicará ahora por entero a llevar adelante su tarea, y nosotros nos dedicaremos a trabajar con el mayor ahínco. Ustedes y nosotros nos dedicaremos a trabajar con el mayor ahínco.
La hora es de trabajar sin miedos ni temores, la hora es de trabajar sin desconfianzas ni dudas, de trabajar todos, de trabajar todos los cubanos sin excepción; de trabajar todos por el bien de todos, porque el triunfo de la Revolución es el triunfo de todos, y porque el fracaso de la Revolución sería el fracaso de todos.
Al pueblo sólo le pedimos que nos permita invertir la mayor parte de nuestro tiempo en el trabajo creado. Para nosotros una etapa nueva se presenta, una etapa de trabajo, mas no el trabajo que he realizado hasta hoy: menos actos públicos para mí, menos mítines, menos reuniones, porque voy a necesitar todo el tiempo para dedicarlo al extraordinario trabajo que tengo delante, a ocuparme de todas las cuestiones en el vasto campo de las realizaciones que la Revolución debe llevar adelante (EXCLAMACIONES DE: “¡Viva Fidel!”).
Ahora viene la Reforma Agrari, la ley fundamental de nuestra Revolución, la ley definidora de nuestra Revolución, y tenemos que trabajar mucho en todos los órdenes, tenemos que sentarnos a trabajar; sólo les pido a mis conciudadanos que nos permitan disponer del mayor tiempo posible, porque la Revolución entra en su etapa creadora y queremos trabajar.
Yo quisiera ir a todos los pueblos de Cuba, pero no puedo porque no me alcanza el tiempo; yo quisiera ir a todos los actos, a todos los sindicatos, a todas las entregas de tractores, pero no puedo porque no me alcanza el tiempo; yo quisiera hablar con todo el que quisiese hablar conmigo, recibir a todo el que quiera visitarme, pero no puedo porque no me alcanza el tiempo.
Necesitamos trabajar mucho, necesitamos dedicar cada minuto, cada segundo si es necesario, a la obra creadora que la Revolución tiene delante, porque tenemos que ganar mucho terreno en el más breve tiempo posible, porque cuanto más adelantemos más pronto resolveremos el desempleo, más pronto aliviaremos las necesidades de nuestro pueblo.
Que nos dejen trabajar, que nos ayuden a trabajar, con el menor número de problemas posibles, es lo que le pedimos a nuestro pueblo, porque trabajando y creando derrotaremos a todos los enemigos de la Revolución sin disparar un solo tiro, trabajando y creando derrotaremos todos los intentos contrarrevolucionarios sin disparar un solo tiro, trabajando y creando desarmaremos a nuestros enemigos y destruiremos todas las intrigas, todos los miedos y todas las calumnias.
No pido más que eso: tiempo para trabajar, para avanzar rápido, más rápido de lo que hemos avanzado hasta hoy todavía. Y lo pido después de 25 días del más intenso esfuerzo que he hecho en mi vida, lo pido cuando he llegado al borde casi de mis energías físicas para hacer el resumen de esta gira y pronunciar estas palabras en el corazón de nuestro pueblo.
La consigna ahora es marchar hacia adelante, sin temores, con la cooperación de todos. La consigna ahora es crear, la consigna ahora es mejorarlo y perfeccionarlo todo para marchar rápido hacia adelante, porque cuanto más avancemos, más pronto recibirá nuestro pueblo los beneficios.
Nuestro pueblo no puede recibir los beneficios de lo que no haya creado; nuestro pueblo sólo podrá recibir los beneficios de lo que pueda crear. Por eso, la consigna es trabajar y crear.
Esperamos de todos el máximo esfuerzo, esperamos de todos la máxima cooperación, y, sobre todo, tener presente que un funcionario no lo tiene que hacer todo, ni lo puede hacer todo; que vayamos quitando de nuestra mente el hábito de creer que uno lo tiene que hacer todo. Ese uno se pasó 25 días fuera de Cuba y el mundo no se hundió por eso.
Pues bien, permítasenos trabajar y dedicar el máximo de nuestra energía a la gran tarea que tenemos por delante, para cultivar y cosechar los frutos para nuestro pueblo de lo que hasta aquí hemos sembrado.
No quiero terminar sin elevar un fervoroso recuerdo de aquel mártir de la Revolución Cubana que cayó en el Morrillo un día como hoy (APLAUSOS PROLONGADOS). Algún día podríamos conmemorar dignamente y recordar dignamente la caída de Antonio Guiteras (APLAUSOS). Con infinita satisfacción cumplo el deseo de rendirle este 8 de mayo el más emocionado tributo de recordación y simpatías (APLAUSOS), porque quiso lo que nosotros queremos y cayó antes de lograrlo, como han caído otros muchos revolucionarios; porque comenzó a hacer lo que nosotros estamos haciendo hoy; porque combatió los mismos males que nosotros estamos combatiendo hoy; porque luchó contra el mismo dictador sanguinario contra el que nosotros luchamos después; porque cayó víctima de las mismas balas homicidas que privaron después de la vida a tantos compañeros nuestros; porque fueron hombres del mismo uniforme los que asesinaron a Guiteras y asesinaron después a miles y miles de cubanos.
Pero esta vez nos cabe la satisfacción de decir que los crímenes no quedaron impunes, que los mártires no cayeron en vano, que ninguna mano sacrílega erigirá junto a la víctima un monumento al victimario, que junto a los restos de Guiteras no se erigirá ningún recuerdo de sus asesinos (APLAUSOS).
Antonio Guiteras, podemos decir aquí: hoy, 8 de mayo, no había tristeza, había alegría, pero nadie dejó de recordarte. Todos se acercaron a mí para recordarme que era el 8 de mayo; mas no necesitaba de nadie que me lo recordase, porque me acordaba de ese día como todos mis compatriotas (APLAUSOS).
Hubo alegría porque desde que la Revolución triunfó la tristeza se volvió alegría, el dolor se volvió esperanza; porque desde que la Revolución triunfó es como si todos los mártires reviviesen y resucitasen (APLAUSOS); porque desde que la Revolución triunfó, Cuba comenzó a ver la obra que era el sueño de todos los hombres que cayeron por un destino mejor para su patria, desde el primero hasta el último (APLAUSOS).
Antonio Guiteras: por primera vez podemos conmemorar un 8 de mayo enteramente soberanos y libres (APLAUSOS).
Antonio Guiteras: por primera vez podemos conmemorar un 8 de mayo digno, porque los hombres que a ti te asesinaron ya no empuñan armas ni volverán a empuñarlas jamás (APLAUSOS), porque el ejército que a ti te asesinó cayó vencido y destruido por los gallardos combatientes de tu pueblo (APLAUSOS), y porque el tirano que a ti te asesinó hubo de morder esta vez y para siempre el polvo de la derrota y huyó cobardemente de esta tierra que ensangrentó, pero donde nunca más volverá a pisar con sus botas criminales (APLAUSOS).
Había alegría por las victorias obtenidas por tu pueblo, había alegría por la esperanza que hoy alienta nuestro pueblo, y había alegría porque solo nos podíamos sentir con derecho y con moral a hablar de ti un día como hoy, ¡con la tiranía descabezada a los pies!
(OVACION.)
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