Ley de Memoria Histórica. La ilusión de unos y el desconsuelo de otros.
No es una sola la razón que muchos han creído encontrar como la causa de que los cubanos hayamos tenido la mala suerte de que un sistema como el de los Castro se implantara en la isla, pero independientemente de que sean o no acertadas dichas razones, es inevitable que nos sigamos preguntando, ¿por qué hemos sufrido tanta humillación y abuso? -¿Por qué hemos sido testigos de tal deterioro moral y material de nuestra querida isla? -¿Cuál ha sido el propósito de lo que hemos vivido?
Quería escribir al respecto pero no estaba seguro de hacia dónde enfocar mi atención como el elemento de más peso en todo este rompecabezas de nuestra realidad. Así fueron pasando los días hasta que decidí orar a Dios, poniendo a prueba una vez más a Jeremías 33:3 donde dice: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”. Era casi media noche, me senté en el lugar más tranquilo que encontré y me quedé en silencio por largo rato sin intentar encontrar por razonamientos una respuesta a mi interrogante. Así estuve hasta que una frase vino a mi mente, “Memoria Histórica”. No es que la escuchara, pero era como si mi propia mente la hubiese pronunciado. Y tampoco había estado pensando en nada que tuviera que ver con aquello. ¿Qué quería decir aquella frase al parecer sin relación alguna con mi petición? A la misma le siguieron una serie de imágenes que comenzaron a mostrarme que no era tan ajena a la pregunta que había formulado y así fue que comencé a ver ante mí un triste escenario que hasta ese momento había estado fuera por completo de mi conciencia.
Como muchos saben el término Memoria Histórica es el que le ha cambiado la vida a muchos cubanos en los últimos años. Fue una ley emitida por el gobierno español en el 2007 con el fin de enmendar las injusticias causadas por el exilio de muchos españoles durante la Guerra Civil de finales de los 1930, guerra que culminó con la llegada de Franco al poder. Dicha ley extendía sus beneficios hasta los bisnietos de aquellos que habían tenido que abandonar España, entre los que estaba el otorgar la ciudadanía española y el pago de una indemnización para quienes cumplieran con determinados requisitos. La ciudadanía le permitía obtener el pasaporte español y con él la posibilidad de salir del país con mucha más facilidad a un gran número de cubanos.
Poco tiempo antes de la salida de esta ley y por medio de un anuncio que había publicado en la internet había encontrado en España a alguien de la parentela de mi madre, de los Sopeña. Había puesto los datos de mi bisabuelo en un sitio de Asturias y cuando después de dos años pensaba que ya no recibiría respuesta, fue que me dieron la sorpresa. Respondió alguien que resultó ser de la parentela, y quién iba a imaginar que fuera él quien se encargaría de solicitar y legalizar la partida de nacimiento del abuelo de mi madre, documentos que sin demora me envió para que ella y sus hermanos, así como varios primos, presentaran su solicitud en el consulado español. Y gracias a otros documentos que también encontró en otras parroquias descubrió en qué punto del árbol de la familia coincidían nuestros ramales. Desde entonces nos comunicamos con frecuencia como parientes que somos en realidad.
De repente le estaba encontrando sentido a esa respuesta que había tenido a mi oración pues veía que estaba relacionada directamente con nuestro pasado como nación, ese pasado del que habían sido parte aquellos emigrantes que ahora indirectamente beneficiaban a sus descendientes. Ya comenzaba a comprender el significado que había tenido mi último viaje a Cuba en noviembre de 2012 referente al tema en cuestión, la Memoria Histórica.
Como algo normal que sucede cuando visitamos la familia en Cuba, son muchos más los visitantes que de costumbre vienen, pues aparte a que quieran vernos después de largas ausencias, vienen con la ilusión de hablar con alguien que vive fuera de su mundo y al que quieren hacer partícipe del mismo en un intento por liberarse un poco de la frustración que los embarga. Entre las personas que vinieron a la casa estaba también una amiga de mi madre, que venía sobre todo a ayudarle en la cocina para que tuviera más tiempo de dedicarle a las visitas. Vino casi todos los días durante mi estancia, llegaba a media mañana, preparaba el almuerzo, en el que casi siempre nos acompañaba alguno de los visitantes, y pasada la media tarde se iba después de dejar reluciente y en orden la cocina.
En este viaje fueron frecuentes las conversaciones con familiares y amigos sobre las esperanzas que tenían puestas en sus solicitudes de ciudadanía española pendientes aún de aprobación. Una de esas veces estábamos como era costumbre alrededor de la mesa en la cocina mientras que la señora amiga de mi madre se dedicaba a preparar al almuerzo. Se hablaba de los planes futuros, planes en los que no todos coincidían, pues en ello influía mucho la edad y las posibilidades de cada uno. En un momento me dirigí a la mujer que se había mantenido todo el tiempo en silencio ocupada en sus quehaceres y le pregunté hasta dónde es que tenía conocimiento de sus antepasados, a lo que con su típica expresión afable se volvió y me dijo, “solo puedo llegar hasta mi abuelo y yo creo que él era de Carlos Rojas” (un pueblo situado a unos veinte kilómetros de Cárdenas). Me puse de pie con la intención de seguir hablando con ella pero la llegada de alguien me obligó a abandonar la conversación y después no tocamos más el asunto.
Ahora, cuando después de la oración que hice apareció en mi mente el nombre de esa ley de memoria histórica, al mismo tiempo lo hacía el rostro de aquella mujer como símbolo de muchos otros rostros, recibiendo en el mío una bofetada sin mano que me hizo despertar a la realidad, una realidad que había estado expuesta a mis ojos, pienso a los ojos de todos, pero no a los del espíritu. ¿Cómo era posible que no hubiese reparado en ello?
Era imposible que aquella mujer pudiera tener conocimiento de más atrás en su familia porque en los alrededores de aquel pueblo de Carlos Rojas es que había comenzado su historia más reciente con ancestros que habían sido esclavos, infelices arrancados a la fuerza de familias que nunca más supieron de ellos. Era en algún rincón de Africa que continuaba la línea de sus ancestros, perdida para siempre donde ni la internet más eficiente tendría la posibilidad de encontrarlos, una realidad muy diferente a la forma en que yo había encontrado al pariente de mi madre en España. Los nuestros tenían apellidos legítimos y lugares de referencia por dónde encaminar la búsqueda de sus antepasados para recibir el beneficio de esta ley, pero los apellidos de este otro grupo no guardaban relación alguna con sus orígenes, y de contra les habían sido impuestos a la fuerza por nuestros propios antepasados sin que ellos pudieran evitarlo, algo que para ellos no representaba ahora ningún beneficio. Era sin duda una muy triste realidad.
Cuando me di cuenta la herida que había tocado, herida que aquella mujer parecía haber disimulado muy sabiamente, o no le había prestado la debida importancia, sentí una gran vergüenza. Recordaba su mirada tranquila en la que no hubo el más mínimo reproche ni nada que pudiera mostrar su malestar después de escuchar en silencio la conversación que había tenido delante de ella. Por largo rato había estado escuchando gente hablando de planes para el futuro, pero para alguien como ella y tantos otros en su misma condición carecía de sentido hablar de planes de futuro pues para ellos no existía esa posibilidad. Para ellos no había futuro.
Ancestros españoles entre los cuales se encontraban muchos que habían sido responsables del dolor de aquel grupo cuya descendencia seguía viviendo sin esperanzas, y nosotros los descendientes de españoles ajenos por completo a esa realidad. A ninguno nos pasó por la mente decirle cuánto sentíamos que ellos no recibieran ningún beneficio con aquella ley de Memoria Histórica, después de haber sido ellos los más perjudicados por las injusticias de España. Nadie pensó en decirle que cuando se fueran de Cuba se le ayudaría en lo que fuera posible. ¿Es que era imposible decirle algo así? ¿Es que hubiera sido muy poco apropiado para el momento? Pienso que no, por lo menos decirle algo que mostrara que no ignorábamos su realidad, y que realmente lo sentíamos. Da como un cierto temor el recordar haber leído en alguna parte que dice…..tendréis ojos y no veréis, tendréis oídos y no oiréis, uno como que cree que siempre ese es mensaje para otros pero nunca para nosotros mismos.
Me pregunto, ¿dónde estaba entonces la esperanza de esta mujer y la de tantos que como ella también hubieran deseado hacer planes pues eran tan humanos como nosotros y su necesidad mucho más evidente aún que la nuestra? Por supuesto que algo no andaba bien, aunque aquella realidad pareciera tan normal para todos los que no pertenecíamos a su grupo. Tratando de hacer memoria me daba cuenta que nunca antes había escuchado el comentario de alguien a quien le preocupara esta situación, aunque por supuesto no se puede generalizar.
Cuando leemos en el Salmo 19:12 ¿Quién está consciente de sus propios errores? ¡Perdóname aquellos de los que no soy consciente!, y en otra versión dice ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos, encontramos una buena ocasión para aplicarlo al hecho de pasar por alto las necesidades ajenas, más aún cuando de cierta forma estamos ligados a su existencia. Cuan frecuente puede que agradezcamos a Dios aquello que vemos como una bendición, cuando en realidad lo que estamos viviendo no es más que una prueba para ver si realmente hemos aprendido el mensaje de Jesucristo, el que nos dice que nos amemos unos a otros como hermanos, sin que el color de la piel sea el que haga la diferencia, porque es el color del corazón el que lo decide todo.
¡Qué lección había aprendido! ¡Dónde estaba aquel hombre compasivo que creía ser, que fui ciego al extremo de no ver en ese momento el abismo que había entre las posibilidades de esos hermanos de piel oscura y el resto de los cubanos! Cuánto hubiera deseado ahora tener a aquella mujer frente a mí para pedirle perdón, reconociendo la nobleza que había en su corazón. Ella en su silencio había demostrado tener un espíritu mucho más elevado que el resto de los presentes.
No es un secreto que la década de los años 50 era aún visible la diferencia entre esos dos grupos de cubanos que había sido establecida por un pasado bastante reciente aún. Y podríamos analizar si se tuvo la oportunidad de mejorar la condición del negro cuando los blancos ya habían alcanzado una posición que les permitía hacerlo, sobre todo porque fueron los negros los que más contribuyeron a que alcanzaran dicha posición, pero no lo hicieron. De repente sucedió lo inesperado, algo que los dejó a todos sin nada y fue algo que nadie pudo evitar por mucho que se luchara, dejándonos a todos en una condición en la cual, por mucho que hubiésemos intentado ayudarlos ya resultaba imposible, ya era demasiado tarde.
Nos habíamos acostumbrado a vivir con las diferencias y se había convertido en algo normal, pero al parecer no lo era. Ese cambio tan repentino parecía ser como una señal de que habíamos comenzado una nueva etapa de nuestra historia, un nuevo ciclo, y quien sabe si de cierta forma provocado por nosotros mismos, por esos errores que a veces nos son ocultos, pero que el ignorarlos no nos liberan de las consecuencias. Ya no importaba el color de la piel para convertirse en los nuevos esclavos. Para el negro el cambio no fue tan brusco, inadvertido quizás, pero no así para el blanco, excepto el que pudo escapar a esa nueva esclavitud que se imponía, sin contar aquellos que comenzaron a defender su propia condición de esclavos, como quienes aún la defienden hoy. Es como si no hubiesen acabado de pagar deudas generacionales y necesitan seguir siendo esclavos.
La experiencia que acababa de vivir no tenía nada que ver con el sistema imperante, tenía que ver con nosotros mismos, los que sin duda habíamos sufrido también por visibles injusticias. Era una realidad que no habíamos sido conscientes de hacer nuestra la necesidad del otro, hecho que nos convertía en autores, aunque de manera involuntaria, de nuestras propias injusticias. Al parecer no bastaba con que fuéramos los buenos vecinos que con frecuencia asumían el rol del familiar que faltaba, se requería un poco más, como si fuera necesario llegar un poco más lejos. Creo que en cada época hemos tenido vendas en los ojos que nos han impedido ver lo que cada una de ellas ha tenido que mostrarnos, y no lo hemos podido ver. Puede que nos sirva de alivio el pensar que llegado un momento nos podamos quitar esas vendas para siempre.
Antes no pensaba en estas cosas con la crudeza con que ahora las veo, es por eso que he creído necesario compartirlo, por crítico y hasta cierto punto ofensivo que parezca ser, porque quizás nos ayude a despertar a un nivel espiritual un poco más elevado desde el cual seamos capaces de conquistar ese terreno que hasta ahora nos ha sido imposible conquistar. Se que mi perspectiva sobre nuestra realidad ha dado un cambio que sin duda va a influir en la posición del fiel de esa balanza en la cual he pesado lo justo y lo injusto de todo lo que hemos vivido.
Es preciso hacer todo lo que esté de nuestra parte para que lo antes posible entremos a ese futuro que espera ser conquistado, ayudando a que nuestros hermanos negros puedan demostrar todo aquello de lo que son capaces, de volar tan alto como las águilas sin que nada ni nadie se los pueda impedir, que puedan alcanzar la solvencia económica necesaria para tener una vida digna mostrando al mundo la imagen de un pueblo próspero, sin tener que depender de un gobierno que los mantenga a nivel de miseria, haciéndoles creer que tienen que estar eternamente agradecidos por una libertad que aún están esperando. Por sus características el gobierno de Cuba jamás será capaz de crear el escenario para que sus ciudadanos, independientemente del color, puedan disfrutar de una vida digna, sin tener que luchar día y noche sin descanso para ver como sobrevive.
No estoy acusando a nadie que sea parte del grupo de los que se han beneficiado con la ley de memoria histórica, porque entre ellos tengo familiares y muchos amigos a quienes he ayudado personalmente en sus gestiones. Sé que en la necesidad de escapar de una situación adversa como lo es la vida en Cuba, cada quien mete la cabeza por donde puede tratando de resolver, pero pensemos que este grupo de hermanos nuestros por mucho que lo intente no tiene por donde escapar, y si hacemos conciencia de esa realidad es muy posible que podamos hacer una gran diferencia en sus vidas, a la vez que en la nuestra. Cuando nos mueve un propósito elevado la adversidad tiene que huir y junto con ella nuestros enemigos, quienes sin remedio se tendrán que ajustar a las circunstancias que se irán imponiendo.
Creo en un exilio de gente noble comprometida con su Patria y con su pueblo, un exilio poderoso que a puro sacrificio supo levantarse de la nada y demostrar su gran potencial, exilio que mira al futuro con los ojos del corazón y cuya intención está muy lejos de querer aprovecharse de estos hermanos, aunque muchos les quieran hacer creer que los van a seguir explotando. Para nosotros ese es un capítulo que tiene que cerrarse definitivamente. Pienso que tenemos una deuda pendiente del pasado que se convierte en un compromiso con el futuro, un compromiso que puede lograr los cambios más significativos que hayamos podido imaginar y a los cuales no hay fuerza humana que pueda detener, porque es la poderosa fuerza del amor de hermanos la que se impone contra todo obstáculo que intente atravesarse en el camino.
Somos nosotros los que debemos ayudar a que ese sueño se convierta en realidad creando el escenario que permita su manifestación. Nuestros hermanos de piel más oscura también tienen derecho a soñar y de seguro que junto a ellos el sueño de todos se convertirá en una realidad, porque al fin habremos encontrado el verdadero camino de la Libertad, la Justicia y la Paz definitiva para nuestra tierra.
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