Desde mi último comentario a finales del 2014 he pasado un tiempo más bien de espera de algún acontecimiento significativo que ocurriera en la isla que pudiera considerarse como parte del plan de Dios encaminado a la liberación de nuestro país, algo sobre lo que venía haciendo énfasis en los últimos artículos.
Para los que entran al sitio por primera vez, ese es el tema principal alrededor del cual giran mis comentarios, en la intervención de Dios en el problema cubano una vez que todos los esfuerzos por lograr su liberación de las garras del comunismo han fracasado, siendo una realidad, a mi modo de verla, que todo acuerdo entre gobiernos solo contribuirá a fortalecer en el poder a quienes, mejor posicionados aún, continuarán haciendo del pueblo la masa esclava manipulada según sus intereses. Si confieso que he estado esperando porque suceda algo es porque no he considerado darme por vencido en la creencia de que llegará ese momento tan anhelado por nuestros hermanos, momento en que la liberación definitiva de nuestra nación sea un hecho consumado gracias a una intervención directa de Dios.
Es por eso que cuando se va acercando un 24 de febrero, sobre todo en estos últimos años, revivo con más intensidad el recuerdo de aquel día hace ya treinta y dos años, cuando vi claramente que llegado un momento de nuestra historia Dios asumiría el control absoluto de la situación de nuestro país. En la víspera ya de este 24, y sin que ello represente apartarme del tema, es en mi querida ciudad de Cárdenas que siento enfocar la atención, y aunque en el pasado haya hecho referencia a su distinción como ciudad de primicias entre las ciudades de Cuba, esta vez entraré un poco más en detalles. Es un hecho indiscutible que en ella tuvieron lugar acontecimientos que habrían sido un gran orgullo para la propia capital de la república el poderlos haber protagonizado, pero sin embargo son hechos que han galardonado a una ciudad de provincia, nuestra querida Cárdenas.