Historia de una Familia Cardenense que Decidió Irse del País.

Historia de una familia cardenense.

Esta historia que compartiremos es una más que expresa el dolor de los tantos cubanos que tuvieron que abandonar la isla desde los primeros años de revolución, hechos que marcaron la descendencia de muchos en lo que puede identificarse como una maldición generacional, que como cáncer, es preciso arrancar de raíz pues mientras quede rastro alguno estará provocando dolor y sufrimiento.

Para aquellos que se sientan parte de esos grupos que provocaron esta clase de sufrimiento a sus compatriotas, es recomendable dar un vistazo a su alrededor, a su familia, a sus hijos, a lo que esperaban de la vida y lo que resultó ser, a los motivos por los que han sufrido, cómo han muerto los que ya se han ido, etc, etc. ejercicio que de seguro arrojará resultados sorprendentes. Una acusación falsa a un inocente es la mejor manera de provocar que alguien muy cercano nos traicione, lamentable error que con el paso del tiempo provocó en muchos dolores a veces mucho más profundos que los que ellos mismos pudieron provocar a otros.

En esa mirada a la realidad en que se ha ido desarrollando la vida de cada uno podrán encontrar la respuesta a si vale o no la pena enfrentar ese pasado sombrío, decidido a destruir todo aquello que de seguro les garantizaría una infelicidad duradera. Todo depende desde donde mires lo que significa este propósito para que te decidas a abrazarlo. No estoy aquí para acusarte, solo te quiero ayudar, aunque se que no resultará fácil. Sin duda que me sigo refiriendo al arrepentimiento y el perdón del que ya hemos hablado.

Recién llegado de Cuba en ese viaje de Marzo pasado, le hice una llamada una señora emparentada con nuestra familia pues le traía noticias de los suyos, pero enfocado como estaba en esas historias pasadas que tantos de los nuestros habían vivido, una vez terminada la conversación le pedí si podía contarme lo que ella y su familia habían vivido antes de salir de Cuba para Estados Unidos en 1970. Por un buen rato escuché su relato, el cual he tratado de resumir lo más posible para compartirlo ahora con ustedes.

Ella extrañada me preguntó a qué se debía mi interés si después de tantos años nunca le había preguntado, y así era en efecto, pero ahora sentía la necesidad de conocer lo más posible sobre lo que habían tenido que enfrentar muchos de nuestros hermanos hasta ese día en que abandonaron nuestra querida isla. Le comenté que quizás en algún momento escribiría sobre ello pero que estuviera tranquila que no los mencionaría, carecía además de importancia porque eran cientos de cubanos los que habrían vivido experiencias similares.

El matrimonio vivía en la Ciudad de Cárdenas con su única hija y la madre del esposo. En aquel tiempo él trabajaba en los ferrocarriles ganando $160 al mes y ella $125 como maestra. Tenían además una bodega atendida por dos empleados jóvenes. Ese era el escenario en que se desenvolvían sus vidas hasta que un día llegó el gobierno revolucionario con las tan conocidas confiscaciones y les quitaron la bodega. Con ese golpe por un lado y por el otro con el cambio tan brusco que dio el entorno laboral con la imposición de aquella nueva ideología a la que nadie se escapaba y que invadió todo lo que tuviera que ver con la vida del cubano, unido esto a la visión de tantos otros que previeron el futuro que le esperaba al país, fue entonces que en 1965 decidieron irse de Cuba.

Como lo establecía la ley puesta por Castro fueron expulsados inmediatamente de sus trabajos, momento a partir del cual tuvieron que irse a trabajar en la agricultura pues de lo contrario no podrían salir del país, y mirados ya como gente diferente y objeto de rechazo por considerarlos desafectos al sistema. Acto seguido les quitaron el teléfono de la casa, teniendo en cuenta que lo mucho que lo necesitarían en sus gestiones para salir del país, que los obligaría a comunicarse con frecuencia con familiares en Estados Unidos y el gobierno no tenía mejor manera de hacerles daño que quitándoles el teléfono. Hasta lo más insignificante de sus pertenencias les fue inventariado, resultando que ante cualquier necesidad económica que tuvieran se verían imposibilitados de vender absolutamente nada de lo que por derecho les pertenecía, porque todo tendría que aparecer a la hora de confrontar la lista de artículos inventariados en el momento de la salida. Se tendrían que ir de Cuba sin nada dejándole al gobierno el fruto de todo su trabajo.

El esposo fue enviado a albergues de campo de lo que se conoció entonces por Brigadas Johnson, por ser Lyndon B. Johnson el presidente norteamericano durante esos años. Allí permaneció por más de cuatro años, lo que ella pudo evadir por largo tiempo gracias a los certificados que un médico amigo les facilitaba dado el delicado estado de salud de su suegra, muy vulnerable ante la crítica situación en que se encontraba la familia. tLlegó un momento en que las autoridades la precisaron a que si no iba a la agricultura no podría salir del país, lo que para las mujeres representaba ir y venir al campo diariamente, contrario al esposo que permanecía en el albergue todo el tiempo excepto un día a la semana que le daban para venir a la casa.

Recuerda como en las mañanas se reunía en el parque José A. Echeverría con un grupo de mujeres que estaban en su misma situación y desde allí eran llevadas en camiones a los campos. Según cuenta los camiones estaban descubiertos por completo sin que a nadie le importara las inclemencias del tiempo; no olvida el día en que bajo un torrencial aguacero cayó un rayo en una esquina de la cama de hierro del camión provocando una llamarada tal que las aterrorizó. Como dice, fue un milagro de Dios que a ninguna le sucediera nada. A ella la llevaban a cortar caña y a sembrar papa y recibía entonces 25 pesos a la quincena, mientras que al esposo le pagaban 35. Setenta pesos al mes, lo que sin duda en aquel momento tenía que ser considerado poco por ser lo establecido por el gobierno para gente como ellos, pero un peso cubano en aquel tiempo resolvía, vendría a ser como el CUC de ahora, y cuidado si hasta no rindiera para más, cuando ahora se considera un logro pagarle 66 a un médico como decidieron a partir de julio pasado. Esa es una idea del nivel de pobreza en que vive nuestra gente cuando un médico ahora gana menos que lo que ganaba un  gusano obligado a trabajo forzado en los años sesenta.

Dijo como con frecuencia coincidían con grupos de hombres en los comedores de campo, no trabajadores de las Brigadas Johnson precisamente, y por irracional que parezca solo ellos podían hacer uso de los servicios sanitarios en dichas instalaciones pues las mujeres que las cuidaban se lo prohibían, no quedándoles otro remedio que irse a los sembrados o a la manigua de los alrededores a hacer sus necesidades a la vista de todos, tratando siempre que alguna de sus compañeras de infortunio las acompañara. Tanto maltrato no tenía otro propósito que no fuera el humillarlas y descargar sobre ellas todo el odio que les venían sembrando y alimentando contra quienes representaban según la ideología del gobierno una clase que había que erradicar.

En dos ocasiones las autoridades se aparecieron con la salida pero venía solo para su suegra, cuyo estado de salud les era bien conocido, lo que los forzaba a tener que enviar a la anciana sola a EU mientras el resto seguiría esperando. Esta situación era provocada por el hecho de que sin darles una explicación, la policía se empeñaba en considerarlos como dos núcleos familiares separados, razón por la cual no estaban obligados a darles la salida juntos a pesar de que siempre habían vivido en la misma casa. ¿Quién dice que no había maldad en la tal decisión? Aún recuerda por su nombre al morenito que siempre venía con los papeles de la salida. -Decidieron que no se irían hasta tanto no les dieran la salida a todos juntos pues creían tener el derecho a exigirlo, pero como son las cosas en Cuba meses después inmigración volvió con la misma propuesta, pero esta vez fue la propia anciana quien dijo que pasara lo que pasara no iba a permitir que continuara el abuso a que estaban siendo sometidos viendo al hijo y a la nuera yendo a trabajar al campo en condiciones tan difíciles, abuso al que ella quería ponerle fin lo antes posible. Al no poder hacer nada por convencerla la anciana viajó sola a EU a principios de 1970.

Es evidente que ante un cambio tan brusco de entorno enfrentando sola la llegada a un centro de refugiados después que nunca se había separado del calor del hogar y dado su delicado estado de salud, resultó que a su llegada a Miami enfermó de gravedad y tuvo que ser hospitalizada. Fueron momentos en extremo difíciles para ellos que se vieron imposibilitados de hacer nada al respecto. Fue un mes más tarde que los dejaron salir, sin duda después de haberse enterado por las conversaciones telefónicas interceptadas de la situación que tenían con la anciana, además de informarse por los CDR  y por quienes desde esa época se prestaban para tales menesteres, lo que tocaría la conciencia de alguien con autoridad quien finalmente decidió ponerle fin a aquella tortura permitiendo su salida, bastante era ya el daño que les habían provocado. La anciana murió dos semanas después de reunirse con ellos. El único consuelo que les quedó fue que por lo menos llegaron a tiempo para acompañarla en sus últimos momentos.

Fue en este último viaje a Cárdenas que decidí que esta historia que recién me habían contado serviría para algo, y fue cuando me encontré con una persona a la que he apreciado mucho desde que fue uno de mis profesores en la secundaria a fínales de los 60. Aunque consciente de que tenemos puntos de vista muy divergentes respecto a la política y a la crítica situación del país, esta vez sentí la necesidad de darle un tono diferente a nuestra conversación. Después de muchos años sin vernos ha sido en mis últimos viajes que nos hemos encontrado, ocasiones en que entendía que lo mejor era no hablar de política para evitar tensiones que pudiesen estropear el encuentro, qué iba a resolver finalmente con entrar en un debate con él. Para mi resultaba lamentable que aún a estas alturas fuera un defensor de aquella política cuando por su nivel cultural y valores humanos lo consideraba capaz de darse cuenta de la realidad del país. Desafortunadamente era el individuo que encontraba una justificación para cada fracaso de ese proyecto que tanto defiende aún. Esta vez decidí no guardar mi postura de antes, sentía que la dura realidad de mi gente me estaba golpeando demasiado fuerte y se hacía necesario entrar en el terreno de las diferencias, era algo superior a mi voluntad lo que me movía a hacerle frente a lo que antes dejaba pasar, no por carecer de importancia sino por no ver la posibilidad de lograr algo concreto.

Fuimos a sentarnos al parque José Antonio Echeverría, allí mismo donde cincuenta años atrás cada mañana recogían a mi parienta para llevarla a trabajar al campo, y aunque no había sido intencional la elección del lugar, una vez allí fue como si se estableciera una conexión entre aquel pasado triste y un presente tan triste como aquel que reafirmaba cuan acertada había sido su decisión de irse de Cuba. La triste realidad era que después de medio siglo los cubanos tenían que seguir abandonando aquella tierra y las familias se seguían desbaratando, hecho que a mi profesor no le quedó más remedio que aceptar que irse de allí era la única salida posible. Sentados en un banco le conté esta historia que les acabo narrar, preguntándole si creía justo que esta familia hubiera recibido un trato tan inhumano como el que recibieron entonces, que cuál había sido su delito para tal ensañamiento. -Su silencio y la expresión de su rostro fueron la respuesta, por supuesto que lo reconocía como una injusticia, pero qué se iba a hacer, fueron errores del pasado que aparentemente el tiempo se había encargado de borrar. Había que ver estaba si estaba en lo cierto o no.

Le pregunté además cómo creía que se sentirían los tantos que un día se vieron forzados a abandonar el país con esos cambios recientes que habían venido ocurriendo en la isla enfocados en el establecimiento de un escenario muy similar a aquel por el cual ellos habían sido víctimas de tanto abuso en el pasado y ante el cual la presente realidad parecía ignorar por completo, llegando incluso a darle prioridad a los extranjeros antes que a un cubano. Señalándole hacia la esquina de Calzada y Vivez le dije, “si en esa misma esquina hace cincuenta años le hubieran intervenido a alguien el negocio que a fuerza de puro sacrificio logró levantar y a quien no le quedó más remedio que irse después que el gobierno le quitara todo, identificándolo con un sinnúmero de calificativos degradantes que no es necesario repetir, ¿cómo veía que ahora viniera otro a abrir su negocio después que durante años se hizo tanta política tratando de convencer al pueblo de lo contrario por tratarse de rasgos propios del capitalismo? Su respuesta fue la misma, hacía ya tanto tiempo que eso había sucedido que quien se iba a acordar, no había nada que hacer, como si fuera tarde ya para arreglar la situación.

Sentí pena realmente de que esa fuera su percepción de la realidad, como lo es aún la de muchos, pena porque lo considero un buen hombre, quien quizás dominado por el agradecimiento a un sistema que le permitió hacerse maestro cuando en la pobreza de su familia es muy posible que nunca lo hubiera logrado, pero que con el tiempo se ha ido quedando sordo y ciego, consciente o inconscientemente, a veces ni se, ante la condición de esclavo a que ha sido sometido. Lo vi como alguien ajeno por completo a su realidad, ajeno a que inevitablemente su bondad deja de serlo cuando pasa por alto aquel sufrimiento de quienes son también sus hermanos que por haberse ido de Cuba desde hace tantos años no han dejado de serlo, algo que a muchos se les olvida. Ese pasado no se puede ignorar tan fácilmente, no se trata de borrón y cuenta nueva, es una cuestión de justicia, de dignidad, algo que de seguro no pasará a la historia de manera inadvertida porque Dios es un Dios de justicia y cuando el hombre falla en su rol de establecerla, ÉL mismo es quien se impone para que sea manifiesta.

El ignorar a todos esos compatriotas que tuvieron que irse en circunstancias tan tristes ante los ojos de quienes contemplaban impasibles, muchos de ellos víctimas también quienes dominados por el miedo ante una política que los aplastaba, pero en una posición un tanto indigna para quienes sabían muy bien lo que se escondía detrás de aquella dura realidad que enfrentaban sus propios vecinos. Me temo que no será tan fácil como parece indicar la aparente normalidad de la realidad presente, en que quienes fueron protagonistas o apoyaron esos hechos tan lamentables del pasado sean muchos de los que ahora ven con buenos ojos el resurgir de lo que tanto condenaron, a sabiendas que muchos que se opusieron a aquella política de expropiación del gobierno fueron hasta llevados a prisión por tal motivo. Si el tiempo hubiese demostrado lo acertado de tales medidas hoy no habría nada que cuestionar, escucharían mis aplausos, pero la realidad es una muy diferente, fueron un rotundo fracaso y a costo de mucho sufrimiento innecesario.

Creo que más de uno encontrará su lugar en esta historia y en tantas otras de la misma naturaleza que solo recuerda porque la protagonizó o presenció, tanto de un bando como de otro. Cuando se piensa en los que causaron daño es inevitable pensar en lo que representa el ejercicio de la justicia, aunque de momento no es a la justicia de los hombres a la que hago referencia, sino a la justicia de Dios, y lo cierto es que en ocasiones  ésta llega mucho más allá de lo que como humanos podamos concebir.

Independientemente de cual haya sido la falta cometida, es la sinceridad del corazón que viene humillado ante Dios buscando la ayuda que necesita lo que decidirá cual sea el final de tu historia personal. 

 

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