Fidel No Puede Equivocarse.

24 de Octubre, Día del Periodista Cubano.

Bajo el título de «Fidel no puede equivocarse», apareció publicado en el Diario de la Marina un día como hoy, 24 de Octubre, pero del año 1959, este articulo de Anita Arroyo, destacada intelectual y escritora cubana nacida en Italia en el año 1914, aunque de sangre cubana y puertorriqueña, quien falleciera en Puerto Rico en 1994 donde residió desde que abandonara Cuba poco después de la publicación de dicho artículo. El mismo trata sobre la fe que se había depositado en Fidel y que de manera sencilla pero muy bien lograda expresa esta digna exponente de los anhelos de una nación que buscaba el camino de la justicia y prosperidad definitivas. Ha sido transcrito en su totalidad ya que la lectura de la fotocopia se torna un tanto difícil en varias partes del texto.

Por Anita Arroyo.

Por contraste, desgarrador contraste, recordamos aquel hombre joven con barbas, aquel inolvidable héroe de la paloma al hombro en el campamento Libertad. Decimos que por contraste, no porque él haya en lo esencial sino por el desolador espectáculo de irresponsabilidad y de deslealtad criminales a la patria que están dando muchos que no debieran llamarse cubanos ya que anteponen sus intereses personales, sus odios y deseos de venganza revanchista, y sus malsanas ambiciones, a los sagrados intereses de la nación. Aquel joven libertador, recuerdo, se sentía abrumado por el peso de responsabilidades que nuestro pueblo echaba sobre sus hombros. “Da miedo” – decía – y tenía razón. Él sabía desde entonces que no podía equivocarse. ¡No, Fidel no puede equivocarse!

El pueblo cubano unánimemente ha depositado en él tan abrumadora dosis de esperanzas; el pueblo cubano, que ya parecía haber quemado todas sus reservas de optimismo, ha puesto en él tan estremecedora fe; el pueblo cubano se ha alzado en pie con ímpetu y laboriosidad tan febriles y se ha dado a la tarea de reconstruir el país con ardor y energía incomparables; el pueblo cubano ha sentido renacer de tal modo, hondo y conmovedor, la fibra más sensible de su patriotismo, ha visto como levantarse trémula ante sus ojos la imagen justa y pura de la Patria, tal como nos la hizo sentir y amar Martí; el pueblo cubano en fin, ha tomado posesión de modo tan cabal y definitivo de su destino histórico, se le siente latir el pulso como esa Nación que pedía Mañach, como una unidad de voluntades encaminadas hacia un alto propósito común, que Fidel Castro, que encarna la puesta en marcha de todos esos ideales y esas fuerzas, no puede equivocarse. ¡No, Fidel no puede equivocarse!

Hace meses escribíamos con el corazón en la mano un articulo que explicaba concretamente “Por qué tengo fe en Fidel”, terminábamos el mismo después de dar las razones de nuestra confianza en el máximo líder, con este ruego, “Que Dios le conserve su humanidad”. Es tan difícil, casi un imposible, para un hombre grande no llegar a sobreestimarse, no creerse insustituible y dueño de la única verdad; es tan difícil para un conductor de pueblos mantenerse como tal y no ser víctima de las humanas y naturales arrogancias de los hombres, como tales pecadores, frágiles, es tan difícil, aun dentro del mayor desinterés y con los mas puros y mejores propósitos conservar la mesura, la ecuanimidad, la serenidad, aquella paciencia que el mismo Fidel decía que se inyectaría constantemente, que hemos vivido y vivimos – y en que perenne agonía – pendientes de ese ruego que reiteramos cada noche. ¡Que Dios le conserve su humildad!

Cuando, a veces con sobradas, y a veces con injustas razones, lo hemos oído bramar como un toro enfurecido contra los contrarrevolucionarios, involucrando en ese anatema aun a los que se atreven a discrepar de su criterio, cuando lo hemos oído repetir y repetir – en ese estilo reiterativo suyo de verdadero maestro – que los terratenientes y acaudalados no pueden simpatizar con la Revolución, dando por supuesto lo que no es totalmente cierto y, sobre todo, restándole de antemano, con poca habilidad, la simpatía de muchos que, teniendo fortuna, legítimamente habida, sienten en cubano, lo admiran y desean el bienestar de la patria; cuando lo oímos, casi siempre son sobradas razones, porque no han sido pocos los obstáculos que se han antepuesto a la marcha arrolladora de la Revolución, cambiar de tono, levantar la voz y alterársele a ésta su matiz suave y cariñoso para adquirir esa vibración indignada, ese tono hiriente, esa pasión exaltada que nos va sobresaltando hasta desbaratarnos los nervios; cuando, siguiendo con ansiedad creciente el constante suspenso de sus palabras, pensamos que el mismo Fidel desconoce la fuerza abrumadora, demoledora, de su oratoria política y se excede en la forma – casi nunca en el espíritu – y por estos defectos de forma se crea innecesariamente enemigos o, por lo menos, fomenta discrepancias, confunde y siembra polémicas incandescentes, cuando en resumen lo vemos en peligro de perder aquella campesina humildad, aquel tono cariñoso que lo hermana con Martí, aquella voz cálida pero serena, viril pero comedida, rezamos siempre en voz baja y pedimos, suplicamos, ¡Que Dios le conserve su humildad!.

Porque si hay en Cuba, si ha habido en toda nuestra historia republicana, un hombre que no pueda fallarnos como conductor de pueblos, si ha encarnado hasta ahora en un solo hombre todo un pueblo sufrido, ávido de justicia y necesitado de superación, si en el héroe del Moncada se han concentrado y aglutinado todas nuestras esperanzas y en él tiene nuestra Nación puesta su fe, si como parece serlo, el triunfador de la Tiranía es el hombre del destino, de ese Destino sobre el cual dialogó Pittaluga con su amiga cubana, Fidel Castro tiene la más abrumadora de las responsabilidades históricas que se haya depositado en un solo hombre; Fidel Castro tiene que pesar y medir mucho cada una de sus palabras; Fidel Castro tiene que estudiar, meditar y cernir cada uno de sus actos, porque sencillamente, pero también dramáticamente, ¡Fidel no puede equivocarse! Fidel no puede equivocarse porque el pueblo no puede equivocarse. En esta hora crucial el pueblo no puede equivocarse, y ojalá sea verdad el dicho popular de que el pueblo nunca se equivoca.

Enlace al Diario de la Marina

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